Chile ha probado la cara amarga de la red esta semana, cuando los datos de seis millones de chilenos comenzaron a circular libremente. Hablar del tema se me hace un poco duro. Después de todo, yo vivo a miles de kilómetros de distancia. En el momento que lean estas líneas, mi domicilio ya no será España, sino Nueva York. Pero aun así me encuentro demasiado lejos como para emitir un juicio justo o para entender quién es el responsable de semejante despiste. Lo cierto es que la privacidad en la era de la red es un tema que no entiende de fronteras y casos como el de Chile se repiten con frecuencia en la red. Un agente secreto británico que deja olvidado en una estación de trenes un laptop con información comprometida, los datos de la seguridad social de Oklahoma aparecen en una web, la información de las hipotecas de un poblado de California se "escapa" y se descarga en un ordenador en la otra punta del planeta
Son casos que terminan con la confianza de los ciudadanos en unas instituciones, que, sobre el papel, aseguran tomarse muy en serio la privacidad de las personas, pero que luego ponen más bien poco cuidado -por ignorancia o por indiferencia- en el tratamiento de los datos. Estos casos también sirven para entender la importancia que para la gente aún tiene el concepto de privacidad y el control de sus datos personales. Mucha de la información que a menudo se filtra -y no me refiero al caso concreto de Chile- tiene menos validez para una empresa o particular con malas intenciones, que los datos que abiertamente millones de personas dejan en, por ejemplo, las redes sociales. Pero no es lo mismo dar voluntariamente tus datos a que éstos se filtren sin tu consentimiento y por tanto es normal que la reacción sea diferente. Alguien dijo una vez que la única forma de tener un ordenador seguro es no conectándolo a la red, pero eso, hoy en día, es imposible. Aceptar las ventajas de una sociedad conectada supone aceptar también la vulnerabilidad a la que nos expone. No es mi intención exculpar a nadie. Independientemente de la utilidad de los datos que se hayan filtrado o si éstos pueden consultarse libremente por vías legales, ha habido un descuido en los mecanismos de protección y alguien debería asumir las consecuencias. Pero es evidente que estas situaciones desagradables cada vez serán más habituales, porque cada vez tenemos más datos en la red y cada vez están más relacionados entre sí, duplicados y multiplicados en docenas de empresas y compañías. Los mecanismos de protección existen, y es deber de las empresas y gobiernos salvaguardar nuestra información privada y personal -aunque sea trivial- con el mismo empeño con el que salvaguardan el territorio nacional o la economía. Pero también es necesario cambiar las ideas y conceptos de privacidad que hemos heredado de una sociedad en la que la información fluía mucho más despacio y por cauces controlados. Hay que volver a poner reglas en este juego porque los parches que hemos utilizado hasta ahora -en Chile, en España, en EE.UU. o en China- son insuficientes. Un primer buen paso sería que los ciudadanos supiéramos, de verdad, quién sabe qué sobre nosotros. La tarea es dantesca, colosal. Las leyes de protección de datos han creado nichos y recovecos que cualquier empresa puede utilizar para crear listas de mailing y estrategias de promoción. ¿Quién tiene mi número de celular? A juzgar por las llamadas del último fin de semana, todas las empresas de seguros de mi país y los vendedores de colecciones de libros, que no dejan de contactar conmigo para tentarme con ofertas. ¿Quién les ha dado mi número? Nunca lo sabré, pero está claro que éste pasa de lista en lista y de operador en operador, así que ya tiene poco de privado. Pero no es tan importante que se filtre y aparezca en la red, porque la situación -quitando las llamadas iniciales para comprobar si el número es real- no puede empeorar. Pero si supiera quién tiene mi información y por qué, si pudiera pedirle de una manera sencilla -es decir, sin tener que estudiar la carrera de derecho para escribir y enviar un fax certificado- que los borrase de su base de datos, la cosa iría bastante mejor. |
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