La historia del empresario invisible comienza en los 80. La silueta inmensa del suizo Thomas Meyer se paseaba por el puerto de Ibiza.Apenas superaba los 20 años. Vendía camisetas en el mercadillo de la isla. Puso una tienda, sin nombre, en el barrio de la Marina.En ese tiempo primaban camisetas con el sello I love Ibiza. A contracorriente, imprimió en sus t-shirts estampados basados en graffitis y manchas caleidoscópicas. Así nació Desigual, la empresa que es noticia por la demanda que Custo Barcelona prepara por plagio... El suizo de los ojos claros, que enamoraba en las fiestas, que seducía con su porte de surfista, se haría millonario un par de décadas más tarde. Desigual gestiona hoy 90 tiendas entre España, Europa y Asia.Sin embargo, el local ibicenco en el que inició la aventura está cerrado. El barrio, lleno de comercios de souvenirs de chinos y, como antagonistas, Cartier y Custo se encuentran también por ahí... A 200 metros, una de las áreas marginales más peligrosas de la isla: Sa Penya. Un barrio alfombrado de jeringuillas. Su tienda, de paredes garabateadas, luce abandonada. En la noche, drag queens con zancos de tres metros la rodean, le dan algo de vitalidad. Thomas comenzó su negocio con pasión. Según quienes lo conocen, es inteligente y frío. Pero sobre todo astuto. Un día se encontró con 3.000 vaqueros sin vender. Decidió partirlos y utilizarlos como insumo para unas cazadoras. Ese fue su encuentro con el patchwork [simplificando: reutilización y mezcla de tejidos].Así nació el estilo de su marca. Las prendas se agotaron y decidió copiarse a sí mismo. Necesitaba entonces un logotipo y un slogan.La cineasta Isabel Coixet le convenció con una frase: «Desigual.No es lo mismo». Se convirtió en su frase de batalla. Ahora necesitaba el símbolo de su imagen. 1985. Dos décadas atrás, dos hombres altos se encuentran. Uno rubio, otro moreno. Un empresario y un artista. Meyer acudió a Peret [Pere Torrent], el prestigioso diseñador catalán. «Ya no somos los mismos. Lo recuerdo con 182 o 183 centímetros de estatura, como yo. Bien parecido. Tirando a rubio. Si fuera una mujer recordaría más detalles. Fue cordial», recuerda Peret.«Casi pudimos ser amigos. Pero ni él tenía tiempo, ni yo». Meyer apostaba por motivos africanos. Lo tenía claro. «Era un buen cliente: culto e inteligente. Sabía escuchar». Las reuniones eran largas. Salieron muchas ideas, unos cinco logotipos. «Me los compró todos». Si uno analiza uno de ellos, en colores gris, negro y rojo, con figuras alargadas, muy étnicas, ve una clara influencia subsahariana. «Sólo una vez lo vi asombrado. Lo dejé con la boca abierta cuando vio el estudio que me preparaba en el Raval, detrás de las Ramblas.Era un edificio de tres pisos. El acababa de comprarse un almacén en la misma zona». Allí pondría un pequeño taller y su lugar de almacenamiento. Meyer era un hombre que jamás imaginó el éxito de la marca. Siempre fue ambicioso, pero no sabía adonde podía llegar. «Pagó lo acordado puntualmente. A otros se les olvidaba». 2007, junio. Inauguró una de su tiendas insignia. Ochocientos metros cuadrados en la Regent Street 218 . Asistieron aristócratas y celebrities. En las mesas había jamón serrano y queso de La Mancha. Los asistentes no recuerdan haber visto a Meyer. Si estuvo, anduvo agazapado. La calle donde logró poner su local tiene el acceso restringido. La dueña del espacio es la reina Isabel II. Meyer tomó como un reto personal llegar allí, a uno de los lugares más exclusivos del orbe. Es el camino de sus nuevas ambiciones. Meyer le debe la mitad de su fortuna, estimada en varias decenas de millones de euros, a Manel Adell. Lo conoció navegando, entre risas, whisky y coca-colas. En la jerarquía de la empresa, Manel ocupa el sillón de director general. De cabello oscuro, rostro amable, Adell se transformó en un gestor que ha llevado la marca a niveles inverosímiles. Creció un 70% en 2007, el 2008 -en plena crisis- se mantiene en los mismos niveles. Pasará de facturar 85 millones a más de 130 millones de euros por año. Produce más de 5,5 millones de piezas. En menos de 24 meses, Meyer y Adell aspiran a gestionar más de 150 tiendas en todo el mundo. Un ascenso inverosímil. 2000. Inauguró la primera tienda con la enseña Desigual. Luego de un lustro, en España sólo contaba con 18: 12 en Cataluña, cuatro en Madrid, Valladolid y Sevilla. En 2001 tenían 40 empleados.Hoy tiene en nómina a más de 1.000, el 75% personal de tienda. «Meyer, a pesar de su fortuna, va de humilde», dicen quienes lo conocen [prefieren no ser identificados por no perder su confianza].«No lo imagino con un Lamborghini». «Es un tipo muy complicado, especial». «Vive a caballo entre Mallorca y Barcelona». «En cuestiones de dinero es como un suizo. En lo demás es muy español». «Su castellano no tiene acento». «Jamás lo verás con corbata, ni en las ceremonias que lo exigen». «Es un hombre de pocas palabras».«No miente». Es parte del misterio de Meyer. A pesar de ser el dueño y director creativo, ha decidido no aparecer. Se desconoce en qué momento tomó esa decisión. Incluso cuando se premió a su compañía con el Empresarios de El Mundo Cataluña decidió no recogerlo. Envió a Manel, a pesar de ser llamado tres veces desde el escenario.Como para Isak Andik [Mango] y Alberto de Palatchi [Pronovias], el misterio es parte de su estrategia empresarial. El artista Patrick Thomas diseñó el actual logotipo. «Viajó con Manel Adell a Londres, donde trabajaba entonces. Me impresionó su intuición. Es prolífico y apasionado...». 2006. En su historia de aciertos empresariales, el fichaje de José Castro como diseñador cambió la perspectiva de la empresa.Desigual adquirió estilo y respeto entre el mundo de la moda.Castro, graduado por la Royal College of Art de Londres, es la nueva estrella de la moda española. Este modisto gallego ha trabajado con Dolce&Gabbana, Alexander McQueen, Givenchy... Castro se apropió, con su espíritu amable y desenfadado, del taller creativo de Desigual. Manteniendo el secretismo de la marca, apenas comenta su trabajo como parte del equipo de la empresa. Sólo una escueta declaración en la web de la Escuela Superior de Diseño: «La persona que lo coordina todo, Thomas Meyer, tiene unos ideales de vida y de concepto que van bastante conmigo. Yo siempre digo que Desigual es la palabra que más me pega». 2008. La corporación iba como un Concorde. La facturación disparada y las tiendas multiplicándose geométricamente. Pero, como con el avión supersónico, no todo era positivo. Custo decide demandarlos por «copia sistemática y reiterada de un proyecto global». Prepara su ataque a través del bufete Cuatrecasas. Meyer no ha perdido la calma con la demanda. Sin embargo, por primera vez, su oficina de comunicación emite un comunicado sin buena onda: «[Desigual] tomará las medidas legales necesarias ante la falsedad de las acusaciones». En las zonas oscuras de las pasarelas se comenta que José Castro pronto dejaría Desigual. Los rumores apuntan a problemas de ego entre Castro y Meyer. No se ha podido confirmar. Thomas perdió pelo. Es más platino, con entradas. Rondando los 50, a su pesar, deja de ser invisible. |