Es de las más importantes del país, pero no cuenta con el respeto enológico de sus pares. Sin embargo, los consumidores avalan, día a día, sus vinos. Analizamos si esta bodega respeta una tradición o si se trata de un estilo propio.
Hace muy poco tiempo, almorzando en la Casa del Visitante de la bodega Familia Zuccardi, José Pepe Zuccardi, una de las personalidades más innovadoras de nuestra industria, me confesó: "Cuando me sumé a la empresa familiar, nosotros vendíamos vinos en damajuanas y López ya estaba enfocada en la calidad; el Chateau Montchenot se tomaba en las ocasiones especiales". Estas palabras hacia un clásico de nuestra vitivinicultura no son más que una muestra de respeto y admiración de un tipo pujante, polémico, proactivo y que, junto a los suyos, no descansa para innovar y lograr los mejores vinos que pueda hacer, y, por qué no, un estilo propio.
Pero ese comentario no fue al azar, ya que estábamos de visita con Patricio Tapia –el referente más importante del vino sudamericano– y veníamos de catar toda la mañana en López, junto a Carlos López (hijo) y el enólogo Carmelo Panella. Se podría decir que esto representa una experiencia única, como toda cata amplia que se hace en bodega de la mano de sus propietarios y hacedores, o en otras palabras, la mejor oportunidad para aprender sobre los vinos y las personas que hay detrás de esas etiquetas. Claro que la degustación allí es diferente porque a pesar del paso de los años y salvo escasísimas etiquetas nuevas (López
Sauvignon Blanc, por ejemplo), los vinos no cambian porque los López no quieren que cambien.
Hace poco más de una década, en mi primera visita a esta bodega centenaria con la Escuela Argentina de Sommeliers, recuerdo haber quedado impactado por la magnitud de sus instalaciones y ese universo inmenso en el que los tanques de acero inoxidable compartían cartel con los grandes toneles. Allí estaban los dos Carlos (padre e hijo) y Eduardo rodeados de un séquito de enólogos, enseñando a un puñado de sommeliers recién recibidos todos los secretos de sus vinos.
De todas las frases que se dijeron en aquella oportunidad, hubo una que jamás olvidé: "En López no buscamos que nuestros clientes se sorprendan por el impacto de la fruta o de la madera, lo que queremos es que se den cuenta de que se trata del mismo vino cosecha tras cosecha". Con el correr de los años, me daría cuenta de que los López eran los únicos en defender esta idea, sobre todo en un momento tan revolucionario como el que vivió recientemente la vitivinicultura argentina.
Hoy escucho a muchos enólogos opinar sobre los vinos de López con el respeto básico; es decir, subestimando sus cualidades enológicas y augurando que en algún momento van a desaparecer. Sin embargo, los números aseguran que cada vez venden más. Tal vez el mix de comercialización puede haber variado un poco por la crisis de los últimos veinticuatro meses (un poco más de Vasco Viejo y López y un poco menos de Montchenot), pero su vigencia en las mesas del país sigue inalterable.
¿Estilo o tradición?
Es la gran pregunta que hay que hacerse para entender la lógica de López, ya que no es lo mismo elaborar vinos con un estilo propio que hacerlo por tradición. Ahora bien, puede ocurrir que por respetar la tradición se encuentre el estilo buscado y se mantenga, tal como sucede con algunas etiquetas europeas de apelaciones de origen y casas vitivinícolas con historia.
En la Argentina, sin embargo, el tema es bien distinto porque desde hace una década todas las bodegas se dedicaron a barajar y dar de nuevo… Todas, menos una: López, la única que le dio la espalda a las modas, que se quedó –por ejemplo– al margen mientras los varietales se instalaban en las góndolas y comenzaban a arraigarse como el primer hito que cambió la forma de hacer y de beber
vinos. Recién después de un buen rato –no más de unos años atrás– lanzó su primera línea de varietales llamada Casona López, pero claro siempre respetando su estilo.
Entonces para encontrar las claves de esta bodega, en primera instancia, hay que indagar el motivo por el cual mantuvo el rumbo cuando la mayoría dio un giro de 180 grados, ya que no hay que olvidar que, más allá de que la oferta vínica y la cantidad de establecimientos era muy inferior a la actual, los más importantes criaban sus ejemplares en grandes toneles, sus blends llevaban nombres de fantasía con los que ocultaban los cepajes y los lanzaban al mercado con dos o tres años de vida. Todos estos preceptos fueron absorbidos de aquellos pioneros que llegaron desde Europa en el siglo XIX con las estacas bajo el brazo y sus saberes enológicos.
Entonces, mientras la gran mayoría prefirió reinventar la historia y dejar atrás la tradición, López no sólo la mantuvo, sino que asumió costos financieros enormes para seguir manteniendo grandes volúmenes de vino a la espera de su mejor momento para salir al mercado. Y allí reside uno de sus grandes secretos: la capacidad de stockear, que es la que les permite ofrecer un producto que no cambia en el tiempo.
Hasta aquí es evidente que la visión de los López es acertada porque, más allá de los resultados económicos, todas sus etiquetas son fácilmente reconocidas por los consumidores y eso no es poca cosa.
Este respeto por su propia tradición les permitió forjar un tipo de vinos específico: suaves al paladar, que no varían con las cosechas (como el whisky) y con todos sus sabores que remiten a la madurez y al paso del tiempo. Pero cómo saber si se trata de un estilo buscado o del conformismo que supone no cambiar la fórmula exitosa. Y es aquí cuando aparece la figura del patriarca de la bodega: Carlos López, un personaje de pensamientos firmes, tan noble como duro, que sólo acepta vinos elegantes que acarician el paladar sin astringencias y que no concibe los aromas primarios y secundarios (los de la fruta y los de la elaboración) como síntoma de buen ejemplar, ni siquiera los terciarios (los del roble nuevo), sino que admira el bouquet como la condición sine qua non.
Es evidente que sus colegas piensan todo lo contrario y por eso critican sus vinos… Aún no se sabe si lo hacen por seguir una corriente o por convicción, pero ése es otro debate.
Volviendo al tema de fondo, hay que decir que si no fuese por esa firme voluntad de Carlos, estaríamos en presencia sólo de una tradición; sin embargo, hoy se ha convertido en un estilo, el cual don Carmelo Panella ha mantenido y mejorado durante más de cuarenta años y ha logrado que recorra todas las etiquetas de la casa.
No obstante, ese estilo no resalta las cualidades de tipicidad de cada variedad, a pesar de que los López y hasta Miguel Brascó así me lo aseguren. Pero considero que a sus vinos no hay que juzgarlos por su fruta fresca, por su vivacidad o por sus tonos de roble porque simplemente no los tienen. Y es evidente que pueden hacerlos como quieran, medios y viñas les sobran; sin embargo, confían en sus ideas. Y es gracias a ese empeño en mantenerse firmes en sus convicciones enológicas que hoy podemos disfrutar de un estilo de vinos totalmente diferente al de los demás y que es un fiel reflejo de lo que nos hizo grandes en materia vitivinícola.
Y aunque, tal como le dije a Carlos López la última vez que almorzamos en su bodega, el estilo de sus vinos no es el que yo elija para beber a menudo, cuando tengo la oportunidad lo disfruto mucho.
Pero atención que la confianza no es la mejor consejera para ganar nuevos adeptos; quedarse callados en un mercado tan competitivo y que día a día suma más consumidores –mayoritariamente jóvenes– no es lo que opinan los expertos; más aún si los vinos están muy bien posicionados en las mesas de enófilos con todas las letras y de personas mayores, pero no en las de las nuevas generaciones. Es un riesgo muy alto que es posible acotar si comunican todos estos porqués del estilo López y el orgullo que la familia siente.
Las claves de los vinos
Muchas veces he conversado sobre los vinos de López con Brascó y este gran maestro me enseñó mucho sobre lo que pasaba cuando no bebía vinos e incluso sobre tiempos muy pasados. Y pese a no coincidir en lo de las tipicidades, sobre todo en este caso puntual, reconozco y me pliego a muchos de sus conceptos. Por ejemplo, es cierto que estos vinos no cambian, pero también es real que es imposible hacer dos ejemplares iguales. Asimismo, aunque los de López son los que mejor mantienen intactas sus cualidades a pesar de las cosechas, lo que siempre cambian son las circunstancias, los momentos. Por lo tanto, las claves del éxito del estilo López vienen por otro lado.
Se trata de sabores maduros, que siempre resultan frescos y limpios. Claramente hay notas de frutas pasas y secas, en lugar de fruta fresca y crujiente. Pero, en todo caso, lo más valorable de un vino es cuando tiene sabor a vino y su trama gustativa no se puede desenredar, ni en el paladar ni en la cabeza. Y en ese aspecto, estos vinos tienden más a eso porque un Rincón Famoso tinto tiene sabor a Rincón Famoso tinto. Es decir que es muy pronto para juzgar si los vinos de esta bodega son exitosos o si caminan rumbo al fracaso y la desaparición. En todo caso, mientras los demás están en pleno proceso de aprendizaje y búsqueda de un estilo propio, López ya lo ha encontrado desde hace varios años. Quizás por ahora sobreviva y hasta crezca debido a esta virtual ventaja. Sin embargo, prefiero un futuro en el que las grandes casas encuentren su rumbo definitivo, que los pequeños emprendimientos sigan surgiendo para aportar la diversidad y obviamente que siga López manteniendo vivo ese estilo que forjó.
De todos los vinos degustados en la bodega, quiero destacar aquellos que más me llamaron la atención y que sirven para entender muy bien su estilo.
• El Vasco Viejo tinto: ideal para todos los días, vinoso pero amable al paladar, sin arista alguna, con fruta roja madura pero refrescante. Un verdadero best buy que no ostenta glamour, pero derrocha placer.
• El López Malbec 2008: un tinto fresco, con ciertos tonos de Malbec y un final especiado muy agradable. De paladar suelto y ágil.
• El Rincón Famoso Blanco 2009: fresco y vivaz, con ese carácter frutal que los blancos tradicionales siempre tuvieron.
• El Chateau Vieux 2001: un verdadero paradigma de un vino clásico con un bouquet muy atractivo y textura sedosa, pero a la vez con taninos vivaces. Franco y profundo, es muy agradable.
• Federico López (con tapa corona): es el más delicado y austero de sus espumantes, con verdadera personalidad.
• Monchenot 15 y 20 años: dos ejemplares imposibles de emular. Suavidad, sabores complejos propios de una prolongada y correcta guarda, pero que también reflejan intenciones de gran vino.