TRIBUNA: JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA
Nueva sociedad, ¿nuevo liderazgo?
Los cambios mundiales en la tecnología están provocando un proceso que los estudiosos conocen como "digitalización del planeta". El carácter de la tecnología digital desarrollada en los últimos 25 años ha traído la posibilidad de inventar negocios con raíces locales, pero con la oportunidad de hacer propuestas a nivel mundial. Hablamos de Internet. Este fenómeno, que ocurre en el ámbito de los negocios, también se reproduce en lo cultural y político. Es la identidad asociada a los productos en expresión digital lo que importa. Lo mismo ocurre con las identidades nacionales. El reto consiste en desarrollar una oferta que constituya la identidad de España. ¿Qué es lo que puede vender España? ¿Cuál es el valor y la diferencia que aporta España? ¿Cuál es el valor y la diferencia que llevan las marcas de las compañías de España?
La flexibilidad y la incertidumbre, el riesgo y la innovación marcan el estilo emergente
La oferta puede ser de los llamados productos españoles, pero también lo puede ser de nuevos productos industriales, negocios inmobiliarios, servicios audiovisuales, servicios médicos altamente especializados, de turismo o de nuevas tecnologías, o de todas ellas. La clave es diseñar lo que caracterizará a las apuestas de España en la Red. La tecnología emergente y su utilización para acercarse al cliente presentan un espacio para la invención de valor a través del cultivo de las relaciones personales.
Frente a esta avalancha, a este verdadero nuevo continente de relaciones entre las personas de todo el mundo, ¿qué puede distinguir a España en el mundo? Sabemos que hay países que se identifican como líderes de ciertas industrias, o que en ellos nacieron esas industrias, o que se apropiaron de ellas y hoy marcan la pauta de la calidad y la innovación. Por ejemplo, el centro mundial de la innovación informática está en Silicon Valley, el centro de la moda está en el norte de Italia, el de la comida en Francia, el del cine en Hollywood y el de las finanzas en Nueva York. Aunque seguramente esto suene inalcanzable, no hay que olvidar que ellos partieron como pequeñas empresas de una comunidad.
¿Cuál puede ser la fórmula que nos haga diferentes y competitivos? Y, como consecuencia, ¿cómo ayudará a mantener nuestra identidad y -lo más valioso de nuestro modo de ser- como colectivo? Responder a estas preguntas puede marcar la diferencia entre estar a la deriva o avanzar con un diseño de ruta que nos permita aprovechar los vientos y mareas de la mejor manera, y dentro de la fortaleza y fragilidad de nuestra embarcación.
El futuro que construyamos en esta nueva época dependerá de las oportunidades que sepamos aprovechar. Las oportunidades tienen un tiempo que es finito, si no las aprovechamos en su momento, pasan. Contando conla capacidad innovadora, entendida como la capacidad de desarrollar nuevas ofertas a partir de las insatisfacciones de los ciudadanos y de la apropiación de las experiencias y tradiciones, tanto propias como de otros ámbitos de trabajo o cultura, disponemos de unas amplias posibilidades de oferta. Pero también necesitamos desarrollar una actitud que es complementaria a la capacidad de innovación. Estamos hablando de emprendimiento.
Por emprendimiento se debe entender mucho más que la adaptación para desarrollar empresas de negocios. Cuando hablamos de capacidad emprendedora, nos referimos a la capacidad de desarrollar, con las innovaciones, una identidad en el mercado o comunidad en que decidamos insertarnos. Una identidad soportada por una oferta o propuesta, y por una organización con la ambición de reproducirse en el tiempo. La capacidad emprendedora opera en cualquier ámbito humano, desde los negocios a la política, desde el arte a la ciencia, desde lo cultural a lo social.
Para inventar un futuro distinto para España no basta con innovar en propuestas o ideas, por novedosas y factibles que estas sean, se requiere el compromiso de instrumentalizar una nueva identidad, una oferta o propuesta que permita convocar a una comunidad, para concretar esa oferta en promesas que se cumplan con impecabilidad.
Ahora que se habla y rumorea sobre liderazgos en las distintas formaciones políticas de cara a las elecciones generales de 2012, España necesita preguntarse sobre las condiciones que se requieren para liderar una nueva sociedad como la descrita, en el supuesto de que queramos adentrarnos en ella. Un paso en el camino consiste en caracterizar sus rasgos básicos y tener una interpretación sólida sobre lo que fue efectivo en el pasado y ha dejado de serlo hoy.
Al no disponer de una visión y una forma de hacer que sitúe el liderazgo cara al futuro, fijos los ojos en lo inmediato, se ve solo lo individual y se tiene la sensación de que están ante caminos diferentes, porque cada uno solo ve sus tareas inmediatas. Este fenómeno puede percibirse en el interior de los Gobiernos actuales. Cada área gubernamental parece tener una tarea que le es propia, como si no fueran parte de un colectivo que al final será evaluado por sus clientes, los ciudadanos y los votantes, como una entidad única. Para alguno de sus ministros, hoy es muy palpable la diferencia de criterio con que se orienta el trabajo entre pares, en campos de acción que se anuncian como políticas que deberían convocar a todo el Gobierno, y en algún caso, a toda la sociedad española. En dicho contexto, no es de extrañar que domine una cultura donde prima el interés por asegurar una posición individual en las estructuras existentes, por encima de la búsqueda de nuevas opciones. Socialmente, tiene más valor contar con un puesto que cree la ilusión de seguridad, que asumir riesgos que obliguen a competir recurrentemente por el bienestar y el progreso. El modo de ejercer el poder funciona, en la vigente democracia, con un líder que ejerce y acumula legitimidad rodeado de un grupo de ejecutivos leales que realizan y permiten ampliar la capacidad de participar en los ejercicios de poder del líder. Esta noción funciona con un líder y pocos ejecutivos leales, sin embargo, termina dañando la relación de colaboración, pues va generando hábitos de silencio. Dejan de participar en la elaboración de estrategias donde se inventa el futuro y se articula el poder.
Ese estilo que ya comienza a perder vigencia, valora como factores de éxito el control y la disciplina. Entrega el liderazgo a muy pocas personas, que consiguen éxito por realizar bien las directrices o instrucciones del jefe, por no aparecer discrepantes y por mantener al país cerrado a gente y a interpretaciones de otras esferas o comunidades. Ahora nuestro reto es colectivo, porque nuestra oportunidad también es colectiva. Tenemos que dar pasos hacia la colaboración como la relación dominante entre los distintos sectores del país, abandonando nuestra inclinación a confrontarnos y descalificar toda iniciativa que no se sienta como propia. Vivimos un cambio general de estilo de liderazgo, que desplaza un formato dominante marcado por la búsqueda del control y de la anticipación del futuro como una proyección del pasado lo más ajustada posible, hacia un modo emergente cuyos rasgos característicos son la flexibilidad y la incertidumbre. España, y otros países, están en la UCI desde hace tres años. Los médicos no saben qué hacer y, de vez en cuando, acuden a la sala de espera a decirnos que el paciente mejora, pero que lo peor está por llegar. "Parece que esboza una sonrisa pero, también, parece que puede morir", nos dicen. Cuanto antes salgamos de la espera, antes podremos adentrarnos en un nuevo camino que nos haga apostar por el riesgo, por lo nuevo, apoyando a aquellos que son capaces de innovar sin el miedo al error y al fracaso.
Juan Carlos Rodríguez Ibarra fue presidente de la Junta de Extremadura durante 24 años.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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