El Presidente estadounidense Barack Obama corre el riesgo de perder la iniciativa y quedar paralizado antes de la mitad de su mandato. Pasa por el momento más difícil de su gestión a pocos días de haber cumplido el primer año en la Casa Blanca, su popularidad bajó del umbral del 50 por ciento, el desempleo golpea con inusitada fuerza y gira en torno al 10 por ciento, y la recuperación de la economía más grande del mundo todavía muestra un ritmo cansino.
Los síntomas del prematuro desgaste de Obama son más que evidentes: en el Senado los demócratas perdieron la mayoría hace unos días, cuando los republicanos triunfaron en Massachusetts, uno de los bastiones demócratas; la reforma al sistema de salud -la iniciativa más emblemática del gobernante que asumió el 20 de enero del año pasado- está estancada en el Congreso; y, lo que es peor, los multimillonarios planes de rescate a los bancos y el sistema financiero se han mostrado insuficientes para impedir su impacto en la economía real, donde el desempleo aumenta. Como si fuera poco, en noviembre hay elecciones parlamentarias, en las que corre el riesgo de perder definitivamente el control del Congreso y ver cómo su administración -que llegó repleta de promesas- comienza una anticipada "ceremonia del adiós".
Obama intentó poner freno a todo esto el miércoles en la noche, cuando hizo su esperado discurso ante el país donde pululan 15,3 millones de desempleados, millares pierden cada semana sus viviendas y el malestar comienza a aflorar y a expresarse en las urnas, como en Massachusetts donde fue elegido un republicano como sucesor del fallecido Ted Kennedy.
Obama, en su discurso de poco más de una hora, prometió más empleos, ayuda a la clase media y retomar con energía sus compromisos de cambio. "Sé que las ansiedades están ahí ahora mismo
estas dificultades fueron la razón por la cual me lancé a la presidencia
Para estos estadounidenses, el cambio no ha llegado suficientemente rápido. Algunos están frustrados; algunos enojados", admitió Obama en uno de los reiterados momentos en que asumió autocríticamente que las cosas no van bien.
Dos tercios de su discurso, en el que usó lo mejor de su retórica y pragmatismo, estuvo dedicado a los problemas económicos, al punto que por primera vez en muchos años el informe del Presidente de EEUU relega a un lugar secundario la "guerra contra el terrorismo" y los problemas de seguridad interior.
Obama dijo que los estadounidenses no entienden por qué se rescata a los bancos y no a los ciudadanos comunes, "o por qué Washington no ha podido o no ha tenido la voluntad para resolver nuestros problemas". Y lo explicó. Obama dijo que hace un año, cuando llegó a la Casa Blanca, tuvo que adoptar medidas -incluso impopulares- para estabilizar el sistema financiero y evitar una segunda depresión. Insistió en que hay señales de que lo peor está quedando atrás, para de inmediato anunciar el nuevo rumbo y prioridades de su gobierno.
"El empleo tiene que ser nuestro enfoque número uno en 2010 y por eso estoy llamando por una nueva legislación pro empleo", dijo ante el Congreso, donde los demócratas aplaudían de vez en cuando, mientras los republicanos observaban con sus rostros impasibles.
Para recuperar 7 millones de puestos de trabajo perdidos en dos años y mitigar los efectos de la crisis en la clase media, Obama anunció un segundo paquete de estímulo económico, más inversiones en infraestructura, como en ferrocarriles y empresas "verdes", y el aumento de los presupuestos de educación, uno de los pocos rubros que no se verán afectados por el congelamiento del gasto público. También pidió al sector privado que aumente las exportaciones de bienes y haga uso de los tratados de libre comercio.
Huesos duros
"Enfrentamos un déficit de confianza, con profundas y corrosivas dudas sobre la forma en que opera Washington y que ha ido a más en el curso de los últimos años", dijo Obama para aprovechar de golpear a los lobbistas de las grandes corporaciones, las que han obstaculizado sus reformas sanitaria, financiera y medioambiental. "Tenemos que poner un alto a la labor de los cabilderos y hacer nuestro trabajo para darle a nuestros ciudadanos el gobierno que se merecen", reiteró, para enseguida anunciar que insistirá en su reforma al sistema sanitario.
"Yo no soy de los que claudican o abandonan", dijo Obama, al reiterar que seguirá adelante con su reforma sanitaria, que está relegada en el Capitolio luego de la falta de acuerdo entre las bancadas. Su ambicioso "cambio" en el sistema de salud quedó atrapado, no sólo por la previsible y cerrada oposición republicana, sino también en las rencillas internas de su propio partido. Algunos asesores del gobernante han dicho que la reforma se transformó en una "caricatura" en las negociaciones parlamentarias, una "guerrilla" en la prensa y se hizo impopular entre la ciudadanía. La reforma de Obama comenzó a hacerle perder votos.
Por eso Obama elevó la voz cuando dijo que el "politiqueo" entre demócratas y republicanos "está sembrando mayor división entre nuestros ciudadanos y mayor desconfianza en nuestro gobierno".
Pero la administración de Obama, en paralelo, busca una "política de acuerdos" con los republicanos, sobre todo porque el gobernante sabe que, en lo que resta de su mandato, no tendrá la primacía en el Capitolio. Necesita los votos ordenados de los demócratas y el apoyo de los republicanos para sacar adelante sus proyectos y así no perder la iniciativa política.
Con varios flancos abiertos, Obama espera que la reducción del déficit fiscal sea una herramienta para hacer frente a los tres años que tiene por delante. Por ello, el gobierno estadounidense decidió apretarse el cinturón y congelar el gasto doméstico por tres años en el presupuesto de 2011, una medida que podría generar ahorros por 250 mil millones de dólares con miras a 2020.
El congelamiento recortaría el déficit entre 10 mil y 15 mil millones de dólares en el año fiscal 2011. Obama, quien está bajo presión para contener el alto déficit de Estados Unidos, presentará el detalle de su iniciativa el 1 de febrero, cuando se conozca su segundo presupuesto.
Con anticipación, los republicanos criticaron la medida, pues la consideran una fachada de Obama tras un gasto sin precedente. "Esto es como anunciar que vamos a hacer dieta tras ganar un concurso de comer pasteles", dijo Michael Steel, portavoz del líder republicano en la Cámara de Representantes, John Boehner. Y es que Estados Unidos tuvo un déficit récord de 1,4 billones de dólares en el año fiscal 2009. Y los republicanos no dejan pasar ni una.
El congelamiento del gasto fiscal afectaría a los programas y las entidades federales para las que el Congreso adjudica un presupuesto variable cada año, pero quedarían exentos los gastos en seguridad, defensa y ayuda internacional, así como los fondos para la Seguridad Social y los principales programas de salud.
A los republicanos, la administración de Obama ha hecho algunos guiños, como abrirse a la posibilidad de una nueva red de usinas nucleares, así como la rebaja de impuestos a pequeñas empresas.
Apenas nueve minutos dedicó a los problemas de las guerras en Afganistán e Irak, y a las eventuales amenazas a la seguridad interior. Aún así lanzó una cuña que quedó rebotando: la guerra en Irak, dijo "se acerca a su fin".
Obama, que intenta convocar el apoyo ciudadano que tenía hace un año, sabe que las medidas que adopta para sacar a EEUU de la guerra siempre encuentran respaldo. "Todos nuestros soldados habrán vuelto a casa a finales de agosto", prometió, aunque no dijo nada sobre Afganistán, donde ha tenido que enviar más tropas.
Como sea, Obama mueve sus piezas en un escenario desfavorable que espera revertir con sus nuevos anuncios y sus constantes arremetidas contra el sistema financiero para sacar a EEUU de la crisis. De otra forma, el paladín del "cambio" verá en noviembre, cuando se renueve el Congreso, que su gobierno perderá empuje y tendrá un largo período para preparar las maletas y el desalojo de la Casa Blanca.