La inflación anual en julio alcanzó 9,5%, igual que en junio, la cifra más alta desde septiembre de 1994 y más de tres veces mayor que la meta del Banco Central (BC). Los indicadores subyacentes, calculado uno por el INE -el IPCX, que resta los productos perecibles y los combustibles- y el otro por el propio BC -el IPCX1, que resta al IPCX los precios regulados- mostraron en julio variaciones en doce meses entre 8,5 y 9%. La inflación de los bienes llamados "no transables" (es decir, aquellos que no son susceptibles de ser exportados o importados y que dan cuenta del 52% de la canasta del IPC) ya está en los dos dígitos desde abril pasado. Y aun si aceptamos que el impulso a la inflación local vino desde afuera por los aumentos en los precios del petróleo y los alimentos (maíz, trigo, arroz, etc.) y, por tanto, descontamos estos dos ítems del IPC total, la inflación anual a julio casi alcanza el 6%, esto es, dos veces la meta del BC.
Así las cosas, la alta inflación nos tiene a todos muy molestos, a muchos angustiados y a algunos hasta avergonzados. Aquellos que viven de un sueldo o salario, ven cómo la creciente inflación carcome con mucha celeridad su poder adquisitivo, especialmente si son de los primeros quintiles de ingreso y su consumo de alimentos representa una proporción mayor de su presupuesto. De hecho, para ellos la inflación supera el 11% a estas alturas, sin considerar que los santiaguinos no han visto subir el valor del transporte urbano desde hace más de un año: si el boleto del Transantiago subiera hoy según el polinomio que se usaba para ajustar el valor del pasaje de las micros amarillas, la inflación sería 10,5% en vez del 9,5% registrado en julio (hay que recordar que el IPC actual se mide para Santiago únicamente).
Los salarios se ajustan mucho más lento que la inflación y esos ajustes hasta ahora con suerte compensan la inflación pasada. Además, el aumento en las tasas de interés de los créditos de corto plazo y de las tarjetas de crédito, sumado a mayores dificultades para acceder a crédito, no hace sino que el problema sea aún más doloroso.
Las autoridades del Banco Central deben estar algo avergonzadas, porque su compromiso es mantener la estabilidad de precios, definida por el mismo ente emisor como una tasa anual de inflación de 3% dentro de un margen de tolerancia de +/- 1%, y eso no se está cumpliendo ni de lejos. Es cierto que fuimos todos sorprendidos por la persistencia de los altos precios de los commodities a nivel global, y por la segunda ola de aumentos de estos precios en marzo del presente año. Pero también es cierto que esperaron demasiado para endurecer el discurso y la política monetaria. Esperaron hasta que las expectativas estaban desancladas y el mercado pedía a gritos una postura más dura para enfrentar la inflación. Giraron demasiado a cuenta de la alta credibilidad conseguida en los dieciocho años previos, de una eventual menor desindización de la economía y de la reversión de los precios de los commodities a nivel internacional. Desde hace tres meses, el Banco Central está lanzado en una política mucho más clara para enfrentar la inflación, con el principal propósito de convencer al mercado de que está dispuesto a hacer lo necesario para reducir la inflación. Sin embargo, una de las lecciones que dicha entidad puede sacar es que, en el marco de un esquema de metas de inflación, cuando se está en presencia de aumentos de precios externos, puede ser prudente jugársela por una política monetaria preventiva un poco más dura. Esto haría más creíble que la inflación se acercará a la meta en el horizonte de veinticuatro meses, aun cuando los aumentos de precios externos sean persistentes; y si no es así y los precios externos revierten su trayectoria rápidamente, entonces el BC puede cambiar flexiblemente la orientación de su política monetaria.
Una segunda lección es que los impulsos de costos que acarrean los aumentos de precios externos encuentran un terreno fértil para ser traspasados a precios internos cuando la economía local se encuentra con una demanda creciendo fuerte. Desde 2004 hasta este año (proyectado), el consumo privado habrá crecido 39,5% en total, mientras el gasto fiscal lo habrá hecho en 40% (todo ello a precios constantes), en tanto el PIB habrá crecido un mucho más bajo 27,5% acumulado. Es efectivo que buena parte de este exceso de demanda se ha traducido en que las importaciones están creciendo a un ritmo muy elevado, pero no se puede olvidar que los precios al por menor de los bienes importados contemplan un no despreciable componente de servicios que es muy sensible también a las presiones de demanda. En otras palabras, una demanda creciendo fuerte puede validar los aumentos de costos y hacer su efecto más persistente (segunda vuelta), y eso es exactamente lo que ha estado ocurriendo en Chile este año.
Por eso, es bueno que no sólo la política monetaria siga endureciéndose, sino que además se requiere de un importante ajuste en el crecimiento del gasto fiscal. Pero que sea de verdad y no sólo retórica. El anuncio hecho recientemente por Hacienda en cuanto a que el aumento real del gasto este año será de 6,8% (después de haber crecido 10,5% el primer semestre) no representa un ajuste relevante toda vez que es lo que de todas maneras tenía que hacer para cumplir con un superávit estructural de 0,5% del PIB. El problema de Hacienda es que sobre ejecutó el gasto en el primer semestre y que la inflación efectiva ha sido mucho mayor a la contemplada en el presupuesto. Ahora tiene que afrontar las consecuencias. La prueba de la "blancura" para Hacienda estará dada por el proyecto de ley de presupuesto 2009. Cualquier aumento mayor a un 4 o 4,5% no parecerá muy colaborador con el propósito de reducir la inflación y puede forzar al Banco Central a seguir una política monetaria más restrictiva, afectando eventualmente la inversión privada y apreciando el peso en términos relativos.
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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