Quien tiene el poder tiene también la responsabilidad. La anterior afirmación, con origen muy lejano, cobra hoy una capital importancia de la mano de la institución más decisiva de la sociedad moderna, la empresa, una organización relativamente joven que tiene la necesidad de justificarse cada día y, ante los ojos de una opinión publica que -legítimamente- exige sin descanso, debe aparecer como una institución capaz de dar resultados económicos y demostrar sin sonrojo que su actuación es irreprochable; y de que su tarea, sea la que fuere, merece el respeto de los propios ciudadanos que han visto como esa institución se ha convertido en poco más de un siglo en el propio referente de la misma sociedad.
Muchas multinacionales son hoy mayores que un gran número de países, pero se han hecho más vulnerables a medida que crecían en tamaño y complejidad. Las empresas son hoy motores de innovación y agentes del cambio que se está produciendo, pero también responsables de los más notorios fracasos; son protagonistas principales del mundo globalizado y, precisamente por ello, se les demanda, en un escenario que debería ser más humano y habitable, que cumplan con sus deberes (dar resultados, crear empleo, ser innovadoras y competitivas) y velen porque la desigualdad no se instale en su seno. En medio de un cambio de época, seguramente más profundo de lo que aparenta, cuesta creer que las empresas y, sobre todo, sus dirigentes, puedan mantenerse en el futuro sin compromisos externos. En este tiempo, más de intemperie que de protección, hay un fondo de trascendencia histórica y las instituciones y, sobre todo, sus líderes van a tener que jugar un papel central en el desarrollo económico y en la propia estabilidad social. Se ha hecho patente la necesidad de gestionar las empresas y las organizaciones de otra manera: estricto cumplimiento de la ley, transparencia, lucha contra la corrupción, compromiso con los derechos humanos y la responsabilidad social y un actuar solidario que se base en valores y principios que, a su vez, crean valor. Una tarea que corresponde en exclusiva a los dirigentes empresariales porque la empresa del porvenir debe estar atenta a los cambios sociales y, si quiere sobrevivir, debe ser capaz de transmitir a la opinión pública y a sus grupos de interés su sincera preocupación por los temas que también preocupan e inquietan a los ciudadanos.
Desde la reflexión sincera, humildemente, sabedores de que las instituciones son el mayor capital del hombre pero también que sin hombres no hay institución, hemos hilvanado un decálogo de la función directiva que estará siempre abierto a futuras aportaciones, y que tiene el bienintencionado propósito de contribuir a la formación en el seno de las organizaciones de un ethos empresarial, el carácter que las haga desarrollarse en el porvenir como las instituciones de servicio público comprometidas y solidarias que la sociedad demanda.
1- Si legítimamente aspiras a desempeñar una función directiva, sea la que fuere, hazlo con integridad desde una responsabilidad que debes asumir voluntariamente y solo si atesoras la necesaria capacidad para desarrollarla.
Dale a cada persona la oportunidad de hacer las cosas que sabe y tiene que hacer
2- Esfuérzate por respetarte y respeta sin exclusiones a los demás, singularmente a los stakeholders de tu organización y a las personas que de ti dependan. Procura estar siempre bien informado y aprende a comunicar, es decir, a involucrar a todos en el proyecto común.
3- Fórmate y aprende sin excusas cada día, y ayuda a implantar en tu organización procesos innovadores y de aprendizaje y capacitación colectivos. La educación es un proceso que nunca se agota ni puede convertirse en un privilegio.
4- Practica la delegación, siempre necesaria; es decir, dale a cada persona la oportunidad de hacer las cosas que sabe y tiene que hacer, y para las que esté preparada. Si no lo estuviese, pero confías en su capacidad profesional, promueve su formación. En las organizaciones es imprescindible democratizar el conocimiento.
5- Trabaja para hacer más productiva y eficiente a tu organización creando estructuras ágiles y bien definidas, adecuando las ya existentes y situando a cada persona en el lugar que, sin favorecer a nadie, por su talento y méritos le corresponda.
Aprende a renunciar y a ser austero, y recuerda que lo financiero debe ser siempre un medio y nunca un fin
6- Promueve y ayuda en la implantación de políticas de conciliación e igualdad. No basta con el mero cumplimiento de las leyes. Contribuye a liderar un cambio cultural en el que se implique a toda la organización velando para que la desigualdad no se instale en el seno de la empresa.
7- Practica la humildad y el espíritu de servicio porque el cargo no es de tu propiedad. Y recuerda que tu principal obligación es ser leal y comprometerte sin excusas con tu organización, creando valor y haciéndola sostenible. Los hombres y mujeres directivos tan solo son depositarios de un patrimonio y, en primer lugar, sus responsables.
8- Practica y enseña la cultura del trabajo, el esfuerzo y la decencia. La prudencia y la equidad en las retribuciones y en otras condiciones laborales es una exigencia ineludible. Aprende a renunciar y a ser austero, y recuerda que lo financiero debe ser siempre un medio y nunca un fin.
9- Promueve el comportamiento ético en el diario quehacer de tu organización, es decir, la búsqueda permanente de valores y normas aplicables a un aquí y ahora. La ciudadanía exige hoy a las empresas y a las instituciones, y a sus dirigentes, que junto a la necesaria búsqueda de resultados, y además de practicar la transparencia y el compromiso solidario, se rijan por criterios de utilidad social y de servicio público.
10- Para que crean y confíen en ti, compórtate ejemplarmente: Di lo que debes y haz siempre lo que dices.
Juan José Almagro/ Carlos Guillén/ Marco Depolo. Doctor en Ciencias del Trabajo y abogado/ Catedrático de la Universidad de Cádiz/ Catedrático de la Universidad de Bolonia
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