A comienzos de 2007, el calentamiento global (CG) irrumpió en el centro del escenario internacional: Las declaraciones de varios de los principales líderes mundiales, coincidieron con las de los principales científicos en asignar una importancia decisiva al tema. Para el Noroeste Argentino, tanto como para el resto del país y del mundo, estos hechos marcaron el inicio de una etapa en que el CG pesará tanto por sus efectos físicos reales, como por su importancia política, económica y cultural, generando riesgos, que habrá que saber enfrentar, y oportunidades, que habrá que saber aprovechar. En los artículos anteriores se discutieron los aspectos científicos del tema, en el presente y los próximos se discutirán los riesgos y oportunidades que se presentarán en las próximas décadas debido a sus efectos, poniendo especial énfasis en lo que esto representará para el Noroeste Argentino.
El centro de la atención mundial Cabe preguntarse por qué causa el tema del CG ha llegado a tomar una tan clara preponderancia sobre otros temas ambientales que merecerían la misma o aún mayor importancia. El avance de la desertificación, la polución química, la contaminación de las reservas de agua dulce y los suelos, los desechos nucleares, el cambio en la cobertura del planeta causado por el avance de los sectores urbanos sobre las áreas naturales, el agotamiento de la fauna marina, la polución de los mares etc., están recibiendo una atención mucho menor, pese a su indudable importancia.
Sin embargo, hay varias razones de peso para que esto suceda así. Entre las mismas, es posible que las dos de mayor gravitación sean: · Desde el punto de vista físico, es necesario reconocer que el CG es el proceso ambiental de mayor dimensión espacial que, al abarcar todo el planeta, genera un marco que afecta a todos los demás procesos ambientales. Por lo tanto, controlarlo (si es que ello resultara posible) equivaldría a controlar en alguna medida a todos los demás. · Desde el punto de vista político y económico, el CG está directamente ligado al consumo mundial de combustibles fósiles, dentro del cual, el mercado del petróleo es uno de los factores geopolíticos de mayor peso.
Para mostrar la importancia de esto último, bastará menciona que uno de los objetivos que se esperaba alcanzar mediante la plena aplicación del Protocolo de Kyoto, era el de estabilizar el precio del crudo. Una medida de la complejidad de las interacciones políticas y económica del tema, reside en que fueron justamente EE.UU. -el país que más depende de los avatares del mercado del petróleo- el que más rotundamente se negó a firmar el Protocolo de Kyoto.
En su discurso sobre el estado de la Unión de enero de este año, el presidente Bush se refirió brevemente al tema y reconoció, por primera vez, que el CG es un "desafío serio". Aunque este cambio de actitud fue recibido con cierto escepticismo, es un indicador significativo de la importancia que está tomando el tema en las plataformas políticas de los principales gobernantes del mundo.
Es significativo que el Bush se abstuvo de proponer medidas para reducir las emisiones porque, en su opinión, producirían un grave daño a la economía del país. En cambio propuso medidas para reducir el consumo de hidrocarburos mediante el uso de combustibles alternativos y el aumento de la eficiencia del empleo de los combustibles fósiles.
Es evidente que el interés de Bush pasa no sólo por proteger al ambiente de los efectos del CG, sino en gran medida por reducir su dependencia de las importaciones de petróleo desde los países árabes. Una posición bastante similar a la de Bush, pero más cercana a la preocupación ambiental, fue expresada por la Canciller alemana, Ángela Merkel. En enero, en Davos, el Foro Económico Mundial llevó a cabo su Reunión Anual 2007 con la presencia de más de 2.400 representantes de 90 países. En la sesión de apertura, la Canciller de Alemania puso énfasis en la lucha contra el CG. Caracterizó de "muy razonable" la propuesta del presidente norteamericano de reducir el consumo de petróleo y pidió llegar a un acuerdo para disminuir las emisiones de efecto invernadero.
Aunque eminentemente práctica, y muy dirigida a mitigar los problemas políticos causados por la dependencia hacia el petróleo proveniente de los países árabes, esta postura denotó una mayor preocupación por el aspecto de la conservación ambiental, probablemente como una respuesta a la creciente presión de los denominados "verdes", las organización políticas que se oponen al deterioro del ecosistema, cuya influencia está creciendo día a día en Europa.
Agregando una nota de gran efecto, en febrero, Jacques Chirac, presidente de Francia, cerró la Conferencia "Ciudadanos de la Tierra" haciendo el "Llamamiento de París" para una Gobernanza Medioambiental Mundial. En su discurso, señaló con gran dramatismo: "Todos sabemos que la actividad humana sin control está provocando una especie de suicidio colectivo lento. Sólo la reunión de las naciones entorno a compromisos acordados conjuntamente permitirá prevenir un desastre".
Estas declaraciones, a las que se sumaron otras, no dejaron duda acerca de que el cambio climático se ha incorporado a las agendas de los principales gobernantes del mundo como un tema de la mayor repercusión.
Es muy posible que las declaraciones de tono catastrófico efectuadas por varios de los científicos que participaron en la reunión del IPCC hayan contribuido eficazmente a atraer la atención de los gobernantes. En este sentido, una pizca de exageración suele obrar milagros. No obstante, sería prudente no dar por cierto, hasta que ello se demuestre objetivamente, que un aumento del nivel del mar, de menos de 1 metro, podría determinar la evacuación de 200 millones de personas.
Mitigarlo o adaptarse a sus efectos
Frente al CG, como frente a cualquier otro proceso, caben dos actitudes, que no son opuestas entre sí, sino que se complementan mutuamente. La primera y más obvia, consiste en tratar de contrarrestar el desarrollo del proceso. La otra, consiste en tomar las medidas necesarias para adaptarse al proceso en marcha, reduciendo sus efectos negativos y aprovechando sus posibles ventajas.
Contrarrestarlo
Esta posibilidad fue discutida en la reunión del Grupo de Trabajo III "Mitigación del Cambio Climático", que tuvo lugar en Bangkok, en mayo de este año. Contrariamente al tono de alarma de las reuniones anteriores, en este evento, predominó cierta confianza en lo que podría lograrse mediante la aplicación de medidas destinadas a frenar el CG. Sin embargo, es tal vez en este aspecto donde resulte adecuado mantener un prudente pesimismo.
Cuando se intenta contrarrestar el desarrollo de un proceso, pueden alcanzarse cuatro niveles de eficacia: a) Revertirlo: Retrotrayendo el estado del sistema al estado previo al inicio del proceso. b) Detenerlo: Detener el desarrollo del proceso en un cierto punto, pero sin devolverlo a su estado inicial. c) Mitigarlo: Reducir la velocidad de avance del proceso, pero sin interrumpirlo. d) No lograr interferir en el desarrollo del proceso. Una prueba de que parece muy difícil interferir el desarrollo del CG, radica en el hecho de que el IPCC nunca propuso detenerlo, ni mucho menos revertirlo, sino que, desde el inicio de las tratativas, que condujeron a la firma del Protocolo de Kyoto, siempre se conformó con intentar mitigarlo.
Hoy en día, a pesar de los grandes esfuerzos que se llevarán a cabo durante las próximas décadas, incluso el intento de mitigarlo en una medida significativa parece lejos de lo posible.
La causa de ello es que la reducción de emisiones de gases de invernadero tropieza con dificultades muy difíciles de superar, porque el modelo de desarrollo que han adoptado la mayor parte de los países del mundo, tanto los desarrollados como los que se encuentran en desarrollo, se basa en la adopción de tecnologías de alto consumo de energía. El caso de los EE.UU. es sumamente ilustrativo. El uso hidrocarburos es una de las características más marcadas del "american way of life". Con un 4,5 % de la población mundial, los EE.UU. consumen el 25 % del petróleo que se extrae del subsuelo anualmente y emiten aproximadamente un 30 % de los gases de invernadero que se incorporan a la atmósfera cada año (al consumo de petróleo se suman un alto consumo de carbón y gas natural). La emisión anual de gases de invernadero de un norteamericano, expresada en su equivalente en dióxido de carbono, ronda en un promedio de 20 Tm, contra unas 10 Tm de Alemania, Rusia, Inglaterra y Japón, aproximadamente 6 para Francia y Suiza, 3 para un ciudadano argentino, 2 para un chino, 1,5 para Brasil y Uruguay y sólo 0.8 para un habitante de la India.
Biocombustibles
Para los EE.UU., reducir su empleo de petróleo equivale a cambiar su forma de vida, y por esta causa, el Protocolo de Kyoto es visto con un rechazo bastante general. Por lo tanto, los esfuerzos norteamericanos no pasarán por reducir su consumo de energía, que continuará en crecimiento, sino por adoptar fuentes alternativas de energía. Una de las componentes más ambiciosas de este esfuerzo consiste en la producción de etanol a partir de maíz. Este enfoque ofrece la ventaja adicional de incrementar la demanda de ese cereal, causando una mejora de su precio, que fue muy bien recibida por los agricultores norteamericanos, con lo cual Bush logró un interesante éxito político interno. Muy ilustrativo de los aspectos políticos del tema, es el hecho de que el aumento de la demanda de etanol por parte de los EE.UU. sirvió para establecer una alianza estratégica con el Brasil, que se comprometió a incrementar su producción de este combustible alternativo a partir de caña de azúcar.
Sin embargo la producción de etanol se encuentra muy lejos de poder reemplazar un porcentaje significativo de los 1.800 millones de Tm de combustibles fósiles que los EE.UU. consumen al año. Las expectativas para 2007 se cifran en utilizar el 27 % de los aproximadamente 330 millones de Tm de maíz que se espera cosechar (uno 89 millones de Tm), para producir unas 25 millones de Tm de etanol. Aunque esta cifra es muy grande en su valor absoluto, en términos relativos solo representará un 1,4 % del consumo anual de combustibles fósiles de los EE.UU.
Combustibles convencionales
Aún en 2017, cuando el programa alcance su nivel de equilibrio, los 33 millones de toneladas que se piensa producir, empleando un 30 % de la producción de maíz, sólo alcanzarán para cubrir un 1,8 del consumo actual combustibles fósiles tomado como base a 2007. Como para ese entonces, es posible que la demanda de energía se haya incrementado, es posible que esta contribución sea menor. En total, el conjunto del programa de combustibles alternativos lanzado por la administración Bush, sólo alcanzará para cubrir entre un 5 % y un 15 %, de las necesidades de combustibles del país. Por lo tanto, es muy posible que el grueso de la reducción de importaciones de petróleo, desde regiones conflictivas del mundo, se logre incrementando las importaciones desde áreas no conflictivas, así como la producción norteamericana de combustibles convencionales. El más importante de los mismos es el carbón, que constituye la fuente fósil con mayores reservas en el mundo, gran parte de las cuales se encuentran en los EE.UU, Rusia, China y Europa Occidental. Actualmente, el carbón suministra sólo el 26% de la energía primaria consumida en el mundo, porque su utilización es menos flexible y más riesgosa que la del petróleo, pero en caso de necesidad podría reemplazarlo en una gran medida, invirtiendo las actuales proporciones de empleo.
El problema es que, tanto la minería como la combustión del carbón, provocan mayores impactos ambientales; en la minería prevalece hoy en día la minería superficial ("strip mining") que devasta regiones enteras. Además, la combustión del carbón es considerablemente más sucia que la del petróleo y sobre todo que la del gas natural; la minimización del impacto ambiental requiere de fuertes inversiones adicionales. La otra fuente de combustible fósil con que cuentan los EE.UU. son las enormes reservas de petróleo inmaduro (shale oil) que contiene su subsuelo. Hasta el presente, la explotación de las mismas resultó antieconómica por los altos costos que representaba, pero con el barril de crudo oscilando por encima del nivel de US$ 60, esta alternativa se ha vuelto mucho más viable. Lo mismo sucede con los extensos yacimientos de petróleo bituminoso que posee Canadá. Se calcula que entre ambas fuentes podrían mantener el consumo previsto de los EE.UU. durante los próximos 100 años.
Por su parte, las economías de los grandes países en activo crecimiento, como China y la India, requieren un continuado incremento de su consumo de energía para alcanzar sus objetivos de desarrollo y, por esta causa, son también muy renuentes a limitar sus emisiones de gases de invernadero.
Si ambos superpaíses, que poseen el 40 % de la población mundial, incrementaran sus emisiones al nivel que hoy posee Francia, que es uno de los países desarrollados con menor emisión per capita, las emisiones totales del mundo se incrementarían en un 65 %, pasando de unas 25.000 millones de Tm de CO2 por año, a un nivel de 45.000 millones de Tm de CO2 por año. Debido a su menor dependencia de las tecnologías de alto consumo de energía, la Unión Europea se encuentra mejor situada para mitigar sus emisiones de gases de invernadero. Estas ventajas, con respecto a los EE.UU., se deben a varias cuestiones que es interesante enumerar:
La UE hace un uso mucho mayor de medios de transporte de menor consumo de energía como el ferroviario, fluvial y marítimo. Buena parte del transporte de pasajeros carretero se hace en autobuses. Los automóviles son de menor tamaño y potencia. A esto se suma una conciencia ambiental mucho más desarrollada que los EE.UU. No obstante, como desventajas importantes hay que hacer notar que esta mayor conciencia ambiental deviene de los fuertes problemas de polución que sufre el continente desde hace bastante tiempo, como la contaminación del suelo y el agua, los residuos nucleares generados por el gran uso de energía atómica que hace la Unión Europea.
Lo expuesto pone en evidencia que muy difícilmente pueda reducirse el consumo de combustibles fósiles en una proporción suficiente como para mitigar el CG en un grado significativo. Sin embargo, esto no debe verse como una perspectiva catastrófica ya que el proceso que se espera ofrece amplias oportunidades de adaptación exitosa. Además, tampoco debe perderse de vista el hecho de que, aunque es poco probable que el uso de biocombustibles pueda resultar eficaz para reducir las emanaciones de gases de invernadero, los programas de este tipo, que están poniendo en marcha muchos países, constituirán un meganegocio de proporciones colosales.
Aunque se apunte a reemplazar sólo un 15 % de los aproximadamente 8.500 millones de Tm anuales de combustibles fósiles que consume la Humanidad, esto representaría un mercado de aproximadamente 1.200 millones de Tm anuales de biocombustibles, con un valor aproximado del orden de los 500.000 millones de U$S.
Sin embargo, sería conveniente proceder con prudencia, porque los biocombustibles pueden verse sujetos a fuertes críticas. Varias organizaciones ambientalistas expresaron su desagrado debido a que, para incrementar su área cañera, el Brasil continuará desmontando el cerrado que, según afirman, es parte de la Región Amazónica. Asimismo, varias organizaciones de derechos humanos se quejaron por el hecho de que gran parte de la ventaja productiva de Brasil se basa en los bajísimos salarios que se paga a los trabajadores.
Por otra parte, debe considerarse muy especialmente el incremento de los precios agrícolas generado por la demanda de materia prima para los biocombustibles, lo cual constituirá un factor positivo que podrá aprovecharse aunque no se destine la producción a esta finalidad. Por lo tanto, no habría que descartar la posibilidad de que, la principal ventaja aportada por la puesta en marcha de programas de mitigación del CG basados en la producción de biocombustibles sea de tipo indirecto, afianzando la demanda de productos agrícolas. |