En las últimas semanas, hemos sido testigos de diversos ataques especulativos contra el peso argentino y de aumentos injustificados de precios por parte de grupos concentrados de la Economía.
Desde el Centro Estratégico para el Crecimiento y Desarrollo Argentino (CECREDA), queremos recordar una vez más la necesidad de la conformación de una burguesía nacional que no atente contra el desarrollo argentino, sino que sea uno de sus motores. En referencia a esto, invitamos a la lectura del documento de divulgación que anexamos, relacionado a conceptualizar la responsabilidad política empresaria, con marcadas diferencias con respecto al tradicional concepto de responsabilidad social empresaria.
El Estado, asimismo, debe continuar con su esfuerzo de promoción y fortalecimiento de las pequeñas y medianas empresas, pilar de la conformación de una verdadera burguesía nacional, a través de créditos blandos y facilidades para importar bienes de capital necesarios para afianzar el proceso de sustitución de importaciones en los eslabones medios de la cadena productiva.
Otra vez, como siempre, la derrota de los que especulan contra la Nación sólo es posible en el marco de un proyecto nacional y popular sustentado en los trabajadores, los empresarios nacionales y el Estado.
Mauro González
Presidente
La responsabilidad política empresaria: Una nueva mirada al análisis de la ética para los negocios
Introducción
En nuestros días existe un consenso generalizado acerca de que la responsabilidad social debería ser esencial a cualquier negocio. Sin embargo, no existe un consenso generalizado acerca del significado de la “responsabilidad social”. La mayoría de los empresarios cree que su actividad debe ser útil para la sociedad. Qué significa ser útil para la sociedad es una discusión que aún se mantiene. En la literatura académica sobre ética para los negocios existe al menos un consenso generalizado de que estas discusiones sobre la responsabilidad social atañen a los inversores, empleados, consumidores, comunidades y al medio ambiente en general. Estas concepciones parecen ser, al menos discursivamente, también compartidas por ejecutivos y empresarios pequeños, medianos y grandes, sobre todo en los países desarrollados.
Vivimos en un mundo en el cual el 20 por ciento de la población posee el 86 por ciento del producto nacional bruto, en el cual un solo país cuenta con el 23 por ciento del consumo mundial de energía, y en el cual los Estados Unidos y Europa cuentan con el 65 por ciento de la creación total de riqueza mundial (cfr. Mattar 2001). Vivimos en un mundo en el cual se mide la prosperidad en términos de crecimiento económico, siendo este posible a través de mayor productividad y producción. Con el objetivo de mayor crecimiento viene también la demanda por más recursos naturales y la búsqueda de costos de producción cada vez más bajos. Se hace mucho hincapié en la nueva economía de las ideas, en la creatividad y en la innovación como condiciones necesarias para reducir costos y ser cada vez más productivos.
Este mundo cambiante trae prosperidad para algunos y cambio para muchos. Empero, la distribución del ingreso comparando diferentes países y dentro de un mismo país sigue siendo desigual y éste es un tema no sólo económico, sino que atañe a cuestiones sociales de diversa índole. La capacidad para generar industrias, para investigar, innovar y desarrollarse está desigualmente distribuida entre los países. Aun hoy, la vasta mayoría de las patentes se originan en países altamente industrializados, como Japón, los Estados Unidos y Alemania.
El sector privado crea riqueza, genera empleos, utiliza recursos naturales y atrae inversiones a niveles sin precedentes. El consumo juega un papel central aquí, el motor de todo este engranaje y hasta una fuerte influencia en la conformación de nuestra identidad personal. Los tipos de mercancía que consumimos y las marcas juegan un papel tan preponderante como en su momento lo hiciera la religión o cualquier otra ideología totalizadora. En esta línea de análisis pareciera inimaginable el fin de la empresa como reguladora de nuestra vida cotidiana. Pero, en tanto agente social, la empresa también exige ser controlada por el resto de la sociedad. Así, se exige que las empresas sean más transparentes, que mejoren su política de recursos humanos, que se establezcan relaciones justas de comercio con los proveedores y consumidores, que no dañen el medio ambiente y que no sean cómplices de regímenes políticos dictatoriales. A grandes rasgos, esto es lo que viene a la mente cuando se habla de responsabilidad social empresaria.
Por supuesto, no existe una definición precisa de responsabilidad social empresaria. Este sigue siendo un concepto abierto, sin límites precisos. El acercamiento conceptual más generalizado es que la responsabilidad social comienza cuando termina la ley (cfr. Davis 1973). En otras palabras, tiene que ver con lo que las compañías hacen en relación con contribuir positivamente a la sociedad más allá de las obligaciones legales. Existe cierto consenso acerca de que la responsabilidad social empresaria apuntaría a promover el bien común. Pero éste no es un concepto que sea muy preciso. Algunas compañías, entonces, se marcarán objetivos más específicos: ser honestas, reconocer las necesidades de la sociedad en donde ejercen su negocio, mejorar la calidad de vida de sus empleados y de la comunidad local, preocuparse por el cuidado ambiental, etc. Pero, obviamente, estos conceptos se dicen de muchas maneras y se entienden de muchas maneras.
Existe también un consenso generalizado de que la empresa debe tener licencia social para funcionar. En el marco de esta idea, una organización sólo puede continuar existiendo si sus valores y prácticas están en consonancia con los de la sociedad en cuestión (cfr. Donaldson & Dunfee 1999).
A lo largo de este trabajo expondremos algunas críticas al enfoque tradicional de la ética para los negocios y propondremos un abordaje diferente que creemos superadora: el concepto de responsabilidad política empresaria.
El alcance de la responsabilidad social es muy limitado
Que el salario de un CEO por tres horas de trabajo sea igual al de un trabajador por todo un año de trabajo no parece ser una preocupación central en la agenda académica y empresarial de la responsabilidad social corporativa. Pero debería. Este puede ser uno de tantos ejemplos de los límites autoimpuestos de la responsabilidad social de las empresas: no preocuparse sólo porque los salarios sean justos, sino discutir la distribución de la riqueza. Otro ejemplo sería que la responsabilidad social empresaria generalmente no reprocha que las compañías trasladen sus inversiones de países subdesarrollados hacia países desarrollados, aun cuando los márgenes de ganancia sean mayores que estos últimos. La flexibilización laboral tampoco parece ser un tema por el que ocuparse, ni preocuparse.
La responsabilidad social debería, además, perdurar en el tiempo, y no abandonar dicha práctica cuando se enfrentan crisis financieras. Enron es un ejemplo ampliamente citado de una compañía que tuvo una fuerte reputación en lo concerniente a la responsabilidad social, pero enmascarando la corrupción y la mala administración que finalmente terminó con la quiebra de la empresa.
Otra área en la cual las compañías pueden ser criticadas es en términos de sus prácticas comerciales y del uso de su poder para ganar mercados. Dejar fuera de camino a pequeñas empresas, o forzar a los productores a adoptar prácticas administrativas que en definitiva explotan a los obreros, a las comunidades y al medio ambiente natural pueden ser perfectamente entendidas en el marco de una concepción de darwinismo social, pero parece difícil que se puedan justificar éticamente.
En muchos casos, la responsabilidad social es el elemento marginado dentro de los objetivos de la empresa, con poco financiamiento, y sólo se refuerza esta área por cuestiones que tienen que ver más con la presión de los gobiernos y la sociedad civil, o como medio de publicidad y de lavar errores del pasado, que con una verdadero interés por el comportamiento ético y responsable.
La máscara de la propaganda y la tentación del asistencialismo
A veces sucede que la pretensión de la responsabilidad social corporativa de contribuir al bienestar social más allá de los intereses de la firma se ve ofuscada por un interés mayor en mejorar la imagen de la firma (cfr. Frankental 2001). Un ejemplo bastante sugerente mostró que las compañías tabacaleras usaban mayores recursos financieros en dar a conocer sus esfuerzos filantrópicos que lo que usaban para las actividades filantrópicas mismas (cfr. Coalition Quebecoise Pour le Controle du Tabac, 2003). Así, la responsabilidad social corporativa no es en muchos casos un esfuerzo que realiza la compañía más allá de su interés por obtener ganancia. Es, más bien, parte del negocio, un recurso para maximizar ganancias más bien que “filantropía genuina” (Frankental, 2001, p. 20). Algunas compañías, por otro lado, profesan ser medioambientalmente sustentables sin serlo (cfr. Adler et al, 2007, pp. 144).
Existe un detalle aún más fino en las críticas a ciertas prácticas de responsabilidad social empresaria. El asistencialismo, la idea de sólo intentar palear ciertas situaciones sociales sin pensar en el largo plazo ni en el fortalecimiento de las capacidades y empoderamiento del individuo, es una práctica de muy pobres resultados en relación con desarrollo humano de las comunidades en cuestión. Una correcta visión de la responsabilidad social radicaría, entonces, en concentrar esfuerzos para aumentar las capacidades y opciones de los individuos para mejorar sus vidas a largo plazo; es decir, concentrar esfuerzos para que los individuos puedan actuar o comportarse de acuerdo a lo que decidan valorar como deseable para sus vidas (cfr. Malhotra 2003: 3). Las ideas de Muhammad Yunus de un banco para los pobres, capacitación laboral y asistencia técnica a pequeños agricultores y las de François Vallaeys de una integración regional de las prácticas de responsabilidad social son sólo algunos ejemplos de lo que pretendemos como práctica para la responsabilidad social, teniendo siempre como objetivo el largo plazo y el desarrollo humano de los individuos a través de sus propias capacidades y acciones.
La responsabilidad política empresaria
En esta breve nota de opinión pretendemos superar la visión de la corriente principal en el campo de la ética para los negocios. Ir más allá del concepto de responsabilidad social empresaria y pasar al de responsabilidad política empresaria. Mientras que la responsabilidad social empresaria apunta a un compromiso empresarial con la sociedad en la que residen sus inversiones, la responsabilidad política empresaria apunta a un compromiso empresarial con la permanencia y el fortalecimiento del capital nacional. Migraciones de empresas al exterior, inversiones en el extranjero en detrimento de las inversiones nacionales, venta de empresas gacelas a multinacionales extranjeras teniendo la posibilidad de construir un futuro en el país y el abuso distorsivo de los precios que mina la propia sustentabilidad del negocio a futuro constituyen ejemplos de prácticas que no se corresponden con la responsabilidad política empresaria.
La responsabilidad política empresaria implica un compromiso con el desarrollo del país. Comprender y aceptar esto, además, resuelve el problema de los desafíos teóricos planteados por Milton Friedman a la conveniencia del establecimiento y expansión de las prácticas de responsabilidad social en las empresas.
En la literatura de la ética para los negocios, las discusiones de intereses y responsabilidades en los negocios comienzan típicamente con una discusión entre los argumentos esbozados por Milton Friedman, por un lado, y los defensores de una activa responsabilidad social empresaria, por el otro. Friedman sostiene que la única responsabilidad de un negocio es incrementar sus ganancias, y que nada más importa realmente:
“The view has been gaining widespread acceptance that corporate officials and labor leaders have a “social responsibility” that goes beyond serving the interest of their stockholders or their members. This view shows a fundamental misconception of the character and nature of a free economy. In such an economy, there is one and only one social responsibility of business – to use its resources and engage in activities designed to increase its profits so long as it stays within the rules of the game, which is to say, engaging in open and free competition, without deception or fraud. Similarly, the ´social responsibility` of labor leaders is to serve the interests of the members of the unions” (Friedman 1962: 133)
La lectura estándar de Friedman implica asumir simplemente que las economías capitalistas sin regulación funcionarán bien para todo el mundo y estarán relativamente libres de conflicto. Sin embargo, esta lectura no es tan precisa. En primer lugar, Friedman reconoce explícitamente que el capitalismo está signado por un conflicto de intereses entre el capital y el trabajo. En segundo lugar, Friedman no piensa simplemente que el Estado sea una cosa mala que debería dejarse de lado, como si el capitalismo pudiera continuar sin el Estado. Precisamente el rol del Estado sería mantener las reglas del juego y cuidar del cumplimiento de la ley. Pero el Estado también tiene la función de redistribución de la riqueza, la función de alivio de la pobreza, etc., algo que el mismo Friedman reconoce. De hecho, una de las razones por las cuales Friedman analiza las consecuencias de que los empresarios realicen funciones de “responsabilidad social” es que estos empresarios no han sido electos democráticamente para el propósito de la representación de la comunidad como un todo, y por ende no pueden ver ni realizar intereses más amplios, intereses que afecten a toda la sociedad. En definitiva, intereses públicos, en el sentido de la filosofía griega.
En la argumentación de Friedman, uno de los mayores problemas en la práctica de la responsabilidad social empresaria es que ésta estaría interfiriendo con las acciones apropiadas llevadas a cabo por gobiernos elegidos democráticamente. La respuesta de Friedman es que no debería, entonces, haber responsabilidad social empresaria. Pero, el mismo argumento puede usarse para concebir algo completamente opuesto. A concebir que las prácticas de responsabilidad social de las diferentes empresas deberían subordinarse a las políticas de Estado de determinado país regido por gobiernos electos democráticamente. En esto consiste una parte de la aplicación del concepto de responsabilidad política empresaria.
El concepto de responsabilidad política empresaria apunta también al hecho de concebir que las empresas debieran acompañar el fortalecimiento de las políticas públicas que tienden al desarrollo. Comprometerse con el desarrollo humano de determinada sociedad también implica asegurar las inversiones que permitan la continuidad en el tiempo del proceso de desarrollo.
Leandro Indavera.
Referencias bibliográficas
-Adler, P. S, L.C Forbes & H. Willmott: 2007, “Critical Management Studies”, en J.P. Walsh & A. P Brief (eds.), The Academy of Management Annals, Vol. 1 (Lawrence Erlbaum, Mahwah: New York)
-Coalition Quebecoise Pour le Controle du Tabac: 2003, “Tobacco Industry Donations: How taking money from the tobacco industry helps sell more cigarettes, and cost more lives”,http://www.cqct.qc.ca/Documents_docs/DOCU_2003/DOCU_03_05_00_DonsENG.PDF.
-Davis, K, 1973, “The case for and against business assumption of social responsibilities”, Academy of Management Review, 16 (2), pp.312-22.
-Donaldson, T & Dunfee, TW, 1999, Ties that Bind: A Social Contracts Approach to Business Ethics, Boston, MA: Harvard Business School.
-Frankental, P. 2001, “Corporate Social Responsibility – A PR Invention?”, Corporate Communications 6 (1), pp.18-23.
-Friedman, Milton, 1962. Capitalism and freedom. Chicago: University of Chicago Press.
-Malhotra, A, 2003, “Conceptualizing and measuring Women´s Empowerment as a Variable in International Development”, conferencia presentada en Measurement Empowerment: Cross disciplinary perspectives, Washington, D.C, Febrero 4-5, 2003.
-Mattar, H, 2001, “Ethical portals as inducers of corporate social responsibility”. En: S Zadek, N Hojensgard and P Raynard (eds.), Perspectives on the New Economy of corporate citizenship, Copenhagen: The Copenhagen Centre, pp.113-21.