Dan Brown se puso complaciente con los masones
¿Qué sabe usted sobre el 33, que en la masonería se tiene como el grado más elevado de la jerarquía?
Ignoro si en la vida real podría desencadenar una crisis nacional el hecho de que hombres poderosos de Estados Unidos se vieran involucrados en ritos masónicos, pero esa es una de las premisas de la penúltima novela de Dan Brown, seis años después del éxito de El Código Da Vinci, titulada El símbolo perdido.
De hecho, la novela de Dan Brown (edición de 2009) no pasa de ser casi una apología de los masones, tipos con poder que se apoyan mutuamente en sus ascendentes carreras, pero que no dejan de despertar suspicacias por el hecho de pertenecer a una organización que se rige por ritos y que trata de mantenerse en la clandestinidad, si bien tienen un lenguaje críptico con el que sólo ellos se pueden identificar.
Las organizaciones secretas aún vigentes, como la de los masones, no dejan de despertar sospechas, aunque es cierto que todo lo que se dice de ellas y lo que gira a su alrededor es más fantasioso que real, salvo en el caso de los Iluminati. De ahí, pues, que saber que políticos y hombres poderosos sean masones y practican sus ritos ancestrales (heredados en parte de sus antepasados los templarios y los rosacruces) no me parece algo muy grave; no, al menos, en México.
En Estados Unidos, empero, parece que eso de los masones en el gobierno es algo que al ciudadano medio gringo le preocupa, de ahí la crisis que se desencadena al puro inicio de la novelaEl símbolo perdido, donde interviene la CIA y aparece por tercera vez el experto en simbología Robert Langdon, alter ego del propio Dan Brown, apasionado de las organizaciones secretas, las conspiraciones y todo lo que tiene que ver con los símbolos del pasado y su contexto en la actualidad.
Por supuesto, la novela de Dan Brown contiene todo lo que el adicto a su literatura puede esperar en sus dosis exactas, como ya ocurrió con Ángeles y demonios y El Código Da Vinci, y ahora con la conformación de la trilogía con El símbolo perdido.
Así, mientras que en Ángeles y demonios la historia se sitúa en el Vaticano y en El Código Da Vincitranscurre en París, en El símbolo perdido todo ocurre en la ciudad de Washington; en especial, en el impresionante edificio que alberga el Capitolio, uno de los símbolos del poder de Estados Unidos.
Al igual que en las anteriores novelas que integran la trilogía con el experto en simbología Robert Langdon, pletóricas de intriga y pasión, Dan Brown aprovecha el viaje para ilustrarnos sobre los lugares históricos en los que transcurre la trama.
Así, pues, al ser esta vez la capital de Estados Unidos el lugar donde sus personajes se desenvuelven, el autor de El símbolo perdido no pierde la ocasión para ponernos al día.
Una de las primeras cosas de las que nos enteramos es que las piezas de bronce que conforman la estatua de la libertad ubicada en la cúpula del Capitolio, a casi cien metros de altura, fueron transportadas ¡por esclavos negros!
Otras cosas curiosas en el interior del Capitolio es una "tina asesina" en la que murió un vicepresidente, una escalera con una mancha de sangre permanente y una cámara secreta en la que fue encontrado el caballo disecado de un general en 1930.
Dice Dan Brown: "La leyenda más perdurable, sin embargo, era la de los trece fantasmas que pululaban por el edificio. Con frecuencia, se decía que el espíritu del diseñador Pierre L´Enfant deambulaba por los salones en busca de alguien que le pagara la factura, vencida hacía ya doscientos años. También solía verse el fantasma de un trabajador que se había caído de la Cúpula del Capitolio durante su construcción, deambulando por los pasillos y cargando herramientas. Y, claro está, la aparición más famosa de todas, avistada en numerosas ocasiones en el sótano del Capitolio: un efímero gato negro que merodeaba por la laberíntica e inquietante subestructura de estrechos pasillos y cubículos".
Cosas más interesantes son las siguientes: los fundadores de la ciudad de Washington originalmente la iban a llamar Roma, de ahí que durante algún tiempo a su río lo bautizaran Tíber (en la actualidad es el Potomac) y erigieran una capital clásica repleta de panteones y templos, todos adornados con imágenes de los grandes dioses de la historia: Apolo, Minerva, Venus, Helios, Vulcano y Júpiter.
En el centro, al igual que en muchas grandes ciudades clásicas, los fundadores de Washington levantaron un tributo perdurable a los antiguos: el obelisco egipcio. "Este obelisco, más alto incluso que el de El Cairo o el de Alejandría, se elevaba hasta los ciento setenta metros, más de treinta pisos, en homenaje al semidiós fundador de quien esta ciudad tomó su nuevo nombre", escribe Dan Brown, para enseguida citarlo: Washington.
Al referirse a la Biblioteca del Capitolio, que es la más grande del mundo (la nueva Alejandría), el autor de El símbolo perdido informa que ahí se encuentran los dos libros más famosos: la Biblia gigante de Maguncia, escrita a mano en la década de 1450 (un incunable), y una copia norteamericana de la Biblia de Gutenberg, uno de los tres únicos ejemplares en buen estado que quedaban en el mundo.
Dentro de la trama, el personaje de Katherine Solomon es una científica experta en ciencias noéticas. De acuerdo con el autor, ella había comenzado a utilizar la ciencia moderna para responder a antiguas preguntas filosóficas: ¿Oye alguien nuestras oraciones? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Tiene alma el ser humano?
Y al respecto señala Dan Brown: "Aunque pudiera parecer increíble, Katherine había respondido a todas esas preguntas, y a muchas más. Científicamente. Concluyentemente. Los métodos que había utilizado eran irrefutables. Incluso a los más escépticos les convencerían los resultados de sus experimentos. Si esta información se publicaba y salía a la luz, habría un cambio fundamental en la conciencia del ser humano…"
Para no desentonar con su estilo, esta vez aparece en escena el pintor renacentista alemán Alberto Durero, que también creó obras con mensajes crípticos, igual que su colega Leonardo Da Vinci. En esta ocasión, pues, la pintura se llama Melancolía I.
Pero ¿qué sabe usted sobre el 33, que en la masonería se tiene como el grado más elevado de la jerarquía? Bueno, aquí viene Dan Brown para disipar nuestras dudas:
"En la época de Pitágoras, seis siglos antes de Cristo, la tradición de la numerología elevó el número 33 a la máxima categoría de los números maestros. Era la cifra más sagrada, simbolizaba la divina verdad. Esa tradición se perpetuó en el seno de los masones… y en otras partes. No era ninguna coincidencia que a los cristianos les enseñaran que Jesús fue crucificado a los treinta y tres años, a pesar de que no existen pruebas históricas reales de ello. Como tampoco lo era que José supuestamente se casara con la Virgen María a los treinta y tres años de edad o que Jesús realizara treinta y tres milagros o que el nombre de Dios se mencionara treinta y tres veces en el Génesis o que, en el islam, todos los moradores del cielo siempre tuvieran treinta y tres años".
Asimismo, en un libro que aborda tantos y tan complejos misterios, el autor no desaprovecha la oportunidad para referirse al catastrofista 2012, al señalar por voz de uno de sus personajes (Peter Solomon, masón descrito como filántropo y antiguo mentor de Robert Langdon) lo siguiente:
"… Lo que sí debe interesarles (se dirige a un grupo de jóvenes en un auditorio) es que esa profecía de una futura era de iluminación encuentra eco prácticamente en todas las confesiones religiosas y tradiciones filosóficas del mundo. Los hindúes la llaman la era Krita; los astrólogos, la era de Acuario; los judíos la hacen coincidir con el advenimiento del Mesías; los teósofos la llaman la Nueva Era, y los cosmólogos hablan de la Convergencia Armónica e incluso predicen su fecha: ¡el 21 de diciembre de 2012! Sí, en un futuro inquietantemente próximo… si damos crédito a las matemáticas de los mayas…"
Tal vez por haberse confrontado con la Iglesia Católica por sus dos anteriores novelas, donde echa por los suelos la versión oficial de que Jesús murió en la cruz y de que tuvo descendencia o de que el Vaticano cuenta con una organización secreta que se dedica a combatir a los que quieren destruir su imperio, en El símbolo perdido Dan Brown fue mucho más complaciente con la milenaria institución y hasta con los masones, a los que simplemente califica de "inofensivos".
Sin embargo, El símbolo perdido es una novela absorbente que se debe leer sin prejuicio alguno. Y lo mismo debe decirse de Inferno, la más reciente sobre la que ya habrá oportunidad de escribir
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
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