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(El Mercurio). De entrada, Alejandro Hernández aclara que no es el padre del vino chileno, "aunque probablemente uno de sus progenitores, machos, por supuesto", agrega bromeando este enólogo, profesor de la Universidad Católica, propietario de la Viña Portal del Alto y responsable de cuatro generaciones de enólogos en Chile. También tiene su historia como dirigente: Fue presidente de la OIV, el organismo internacional más importante en el tema en el mundo. Así es que puede ser el padre o uno de los progenitores o puede que sea simplemente un personaje del vino chileno moderno. De cualquier forma, Hernández ha sido un testigo privilegiado de la historia reciente de la viticultura y ha visto cómo esto del vino ha pasado de ser una labor rural, artesanal, rudimentaria, a toda una industria que no sólo mueve millones de dólares, sino que también es un tema de conversación, algo que se ha instalado en nuestra cultura con fuerza. Porque, entre otras cosas, hace 30 años los vinos que bebíamos eran muy distintos a los de hoy. "Los vinos de los setenta y de antes eran más toscos, más duros o menos suaves, un poco más ácidos", cuenta. En una época en que la Reforma Agraria ejercía presión sobre los agricultores, era normal que la calidad, según Hernández, no fuera consistente. "Nadie invertía en infraestructura y en maquinarias: la meta era producir la mayor cantidad de vino posible". Pero si el vino que bebíamos era distinto, el consumidor también lo era. Antes del boom en Chile, asunto que ocurrió hacia mediados de los 90, esta bebida era mirada con mucho menos glamour o sofisticación que como se le mira ahora. "Creo que hoy el consumidor aún sabe poco, pero antes no sabía nada. El vino era de consumo masivo para paladares menos exigentes. Antes, en los setenta, se consumían sesenta litros de vinos per cápita. Hoy apenas estamos en 18", acota. Y lo que se consumía, además de ser distinto en términos gustativos, era presentado de manera diferente. "No existían los varietales, sino que en tintos se tomaba un "burdeos" que era mezclas de cepas. O un "borgoña", que era más delgado, más suave y un poco más aromático. Los vinos blancos se hacían casi exclusivamente de semillón y no se conocían ni el chardonnay ni las otras variedades que tenemos hoy". Pero obviamente todo esto cambió. El punto de quiebre, reconoce Hernández, fue la llegada de la viña Miguel Torres a Chile y sus técnicas enológicas modernas que pusieron al vino chileno en términos más internacionales. Sin embargo, la modernidad se venía gestando hacia 1974 cuando se abolió la ley que impedía plantar viñedos, reglamento que se promulgó en 1933 para frenar el alcoholismo. "Nuevamente hubo libertad para plantar. Además, se comenzó a legislar sobre zonas de producción, sobre valles vitícolas. Todo cambió". Y años más tarde, también los enólogos pasaron de ser oscuros personajes de laboratorio a creadores, a "autores" que ponían su firma en lo que hacían. Hernández ha sido responsable de formarlos desde su cátedra en la Facultad de Enología de la Universidad Católica, sin duda la más importante en nuestro país. "Entre los setenta y los noventa, todo era a un nivel más bajo: facilidad de contar con tecnología, menos inversiones, no había. Por lo mismo, creo que había una capa- cidad de esfuerzo mayor. De los 90 hasta hoy para los enólogos recién formados todo es más fácil: viajes, vinificaciones en el extranjero, tecnología. Sin embargo, creo que han mantenido su capacidad de entrega. En la industria del vino actual, el que no está ciento por ciento comprometido no tiene cabida", dice Hernández. A "el profesor", como le llaman en el mundo del vino, le gusta cómo se encuentra la industria hoy. Siente que se ha diversificado, que el vino está bien hecho, sano y en general se adapta a los requerimientos de los distintos mercados. "Por supuesto que aún falta más cultura local, aunque sea una cultura vinícola-gastronómica que hable de cómo disfrutar más de los vinos junto a las comidas. Pero a raíz de la caída del dólar, casi todas las bodegas están hoy en Chile, así es que el consumidor local dispone de un espectro aún mayor". Y es cierto. Hoy la variedad es inmensa y la calidad parece ser más consistente. Hernández vio eso, y también contribuyó a formarlo, así es que, por qué no, uno de los progenitores del vino chileno seguro que es.
Fuente: El Mercurio |
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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