La oratoria:
la llave que abre la puerta
de las emociones imposibles
Fran Carrillo -Director de La Fábrica de Discursos
José Martínez (no es su verdadero nombre ni apellido) es el CEO de una conocida multinacional de Recursos Humanos. Una mañana se puso en contacto conmigo porque detectó que algo no funcionaba en la comunicación diaria con sus empleados. Notaba que por mucho que les dijera, por muchas reuniones que tuviera, no conseguía transmitirles lo que verdaderamente deseaba: cambiarles la actitud para sacar el máximo de su aptitud. Pero a José le faltaba algo esencial para conseguir su propósito: cambiar su propia actitud. Sus mecanismos de comportamiento obedecían a automatismos propios de una rutina desapasionada. No conseguía conectar con su gente porque él era el primer desconectado de su entorno. Se levantaba cada mañana sin la fuerza que crea un sueño, sin la ilusión que provoca cada aventura nueva, sin la adrenalina que genera una incertidumbre enmascarada de pasos seguros. Transformar ese pensamiento era su primer objetivo: ponerlo al servicio del talento, el segundo: Por último, comunicarlo.
Y en esta fase, José fallaba en algo esencial. En vez de comunicar, informaba, en vez de escuchar, imponía, en vez de argumentar, opinaba sin fundamentar dicha opinión. Sus compañeros -su equipo-, se limitaban a obedecer sin entender, a acatar sin debatir, a trabajar sin más.
Dos semanas después, José volvió a llamarme a la misma oficina que visité catorce días antes. Su cara era diferente. Su rostro despejó de elementos tenebrosos su labor periódica. ¿Qué fue lo que cambió? Su comunicación. Simple. La forma en la que se dirigía a sus compañeros, la manera en la que negociaba cada mañana sus cometidos. Su oratoria. Sus mensajes, el tono de los mismos, los gestos que lo acompañaban. En resumen, el conjunto de elementos que conforman un lenguaje preciso, una forma de hablar personal y diferente. ¿El resultado? Reforzó su marca personal y su imagen ante el conjunto de la empresa y ello provocó un incremento sustancial de la reputación de la misma y un aumento notable de sus beneficios.
No hay trucos mágicos ni recetas milagrosas. Sólo trabajo y capacidad de superación detrás de ese tránsito de lo triste a lo alegre, de la no-comunicación a la comunicación positiva. José aprendió a escuchar, a debatir, a entender el pensamiento de "la otra orilla", a valorar la oratoria como un medio y no como un fin, como el vehículo que sirve para tocar el corazón de las personas, no para moldearlas a nuestro antojo, sino para lograr sinergias. Se interesaba por sus compañeros, por su equipo, con preguntas como: "¿has descansado bien?" "¿cómo está tu familia?" "me gusta la forma en la que has trabajado esta semana" "gracias por tu alegría y energía" "te necesito en esto. Eres quien mejor puede hacerlo". Píldoras de motivación, pastillas de comprensión y entendimiento, medicamentos de empatía que bien suministrados, alimentan el espíritu creativo de las personas.
Esa es la fortaleza del buen orador, de aquel que sabe elegir la palabra correcta, el mensaje preciso, que sabe estructurar el discurso influyente y resonante, aquel que se escucha una vez y se recuerda para siempre. José lo entendió cuando vio la reacción de esa gente, "su gente", cuando abrió esa mañana la reunión contando la historia que le llevó a esa empresa, cuando en un sencillo relato de tres minutos, compartió con los presentes sus preocupaciones, sufrimientos, muros y cuerdas que le ataban y el motivo de su liberación final. De la tensión comunicativa a la sonrisa final. José hoy es un CEO feliz. Su equipo, unos CEO' s felices. (Compañeros Entusiasmados con su Oficio). La oratoria (y los hechos que la hacen creíble) fue la llave para abrir, una vez más, la puerta de las emociones imposibles.
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
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