El Fracaso de las Regiones en Chile
Ha fallado la descentralización del poder político, pero lo más sustantivo de todo es que se agotó el modelo regionalizador basado en la actual configuración geopolítica y administrativa de las regiones.
El problema de centralismo, y abandono que padece Aysén y otras regiones, se podrían resolver temporalmente con la transferencia legal de mayores atribuciones fiscales y políticas. Lo que a mi juicio no se puede resolver sólo con más descentralización, es el real sentido que tendría transferir poder a un contenedor —las 15 regiones administrativas— que desde el año 1973 no tienen muy claro para que fueron creadas.
De acuerdo con la literatura regionalista, la dictadura militar lo tenía claro, ya que necesitaba regiones que en su configuración geopolítica, pudieran garantizar la seguridad nacional del país. Para ser más preciso, las nuevas regiones y las capitales de ese entonces debían tener entre otras cosas, un adecuado acceso aéreo, marítimo y terrestre. Como consecuencia, ciudades fácilmente aislables como Valdivia, no servían como capitales regionales.
¿Qué es lo que ha fallado entonces? Por un lado, ha fallado la descentralización del poder político, pero lo más sustantivo de todo es que se agotó el modelo regionalizador basado en la actual configuración geopolítica y administrativa de las regiones. Regiones con extensos territorios sin capacidad para tomar decisiones; alta fragmentación intrarregional que impide el diálogo entre los actores productivos y sociales de las provincias, ejemplos sobran, Valdivia versus Osorno versus Chiloé; Chillan/Concepción/Los Ángeles; Talca/Curicó/Linares; Calama/Antofagasta.
Los liderazgos regionales en realidad son liderazgos provinciales, y no han sido capaces de construir proyectos políticos cohesionados y conciliadores en sus regiones, por el contrario, con la designación de autoridades regionales y provinciales, la percepción de lejanía con la ciudadanía es abismante.
LOS DATOS CONTRADICTORIOS DEL REGIONALISMO CHILENO DESARROLLISTA
Entre 1993 y 2010, las diferencias regionales se han incrementado y muestran un patrón del tipo centro-periferia. En 1992 sólo dos regiones, la de Antofagasta y la de Magallanes, presentaban un producto per cápita mayor a la Región Metropolitana, no obstante, ninguna presentaba un ingreso promedio de sus trabajadores superior al de la capital.
Por otro lado, las dos regiones ubicadas más al norte y más al sur del país tuvieron significativos aumentos en la producción, pero pequeños aumentos en el ingreso de sus trabajadores. Tal como lo plantea el Investigador de la Universidad Católica del Norte, Dr. Patricio Aroca, en la última década se han incrementando las diferencias de ingresos promedio entre regiones, lo que ha implicado diferencias en el acceso a bienes públicos y también en oportunidades de desarrollo para sus habitantes, además de haberse incrementado las fuerzas concentradoras en torno a la Región Metropolitana.
Por otra parte, el Fondo Nacional de Desarrollo Regional (FNDR), único fondo que tienen los gobiernos de turno para reducir las diferencias regionales, tiene un comportamiento igualmente contradictorio. El Mismo Patricio Aroca demuestra que en la distribución del FNDR entre 2003 y 2006, la región que más aumentó en ese período fue la Región Metropolitana (160%), mientras que el resto de las regiones incrementó en promedio un 44%; es decir, el fondo creado para reducir las desigualdades regionales ha aumentado en más de 100% para la región con mayores ingresos con respecto al resto de las regiones. Mientras que éstas, que requieren mayor gasto público que promueva una mayor equidad territorial, reciben un porcentaje considerablemente menor.
Entonces, si queremos que las regiones sean motores de crecimiento territorial, el nivel central de gobierno y su elite tecno política debe colaborar haciendo que los programas de compensación sean efectivamente compensatorios. Si queremos profundizar el desarrollo y la democracia en regiones, y que la sociedad regional se active para transformarse en motor principal de su desarrollo, las actuales regiones NO van a promover eso, ya que el actual modelo regionalizador sembró más fragmentación que cohesión territorial.
¿En qué nivel de gobierno lo podemos lograr? Quizás parecerá algo descabellado, pero veo que sólo algunas provincias de Chile tienen mayores posibilidades de alcanzar ese objetivo, aunque hoy las provincias a nadie le importan. La ¿razón? En algunas provincias como la de Osorno, la ex provincia de Valdivia, El Loa, Ñuble, Chiloé, por nombrar algunas actuales provincias, la acción colectiva y la conjunción sobre un proyecto político de desarrollo se logra mayormente dada la proximidad de sus habitantes, las relaciones cara a cara se transforman en vitales para sostener ideas, compromisos y proyectos de futuro, basadas en raíces históricas compartidas. Esa variable es vital para alcanzar desarrollo, y no la tienen las actuales regiones. Esta variable cualitativa del desarrollo, no la digo yo, la plantean los propios teóricos del desarrollo regional y local.
¿QUÉ HACER ENTONCES?
Veo dos caminos. El "camino A" consiste en hacer solamente una profunda y efectiva descentralización política y financiera, lo que viene pidiendo todo el mundo. No obstante, ese camino va a replicar los problemas de esta regionalización, ahora con autoridades electas y sin participación activa de la ciudadanía, eso sí, va a existir mayor participación de la clase política regional, eso lo garantizo.
El "camino B" es avanzar hacia un nuevo pacto territorial, pero con una nueva regionalización, dicho en otras palabras con nuevas regiones configuradas bajo un criterio sociopolítico, si usted quiere con una "Provincialización del Desarrollo Territorial". Esto significa avanzar hacia un "Estado Regional Descentralizado" pero no con las mismas regiones. Un Estado que efectivamente sea compensatorio con sus Estados Regionales/Provinciales, con participación activa de la ciudadanía en el control político de la gestión regional, y del gasto público municipal. Todo esto requiere un rol más activo de la ciudadanía, tanto para definir el uso de los recursos como para su fiscalización y no necesariamente con más autoridades electas a nivel regional se alcanzará eso.
Chile tiene una oportunidad única al enfrentar la posibilidad de hacer cambios estructurales y profundos en su regionalización, para que así la descentralización tenga un sentido territorial y no sea tan instrumental como hasta ahora, lo preocupante de todo esto, es que la elite regionalista parece que padece del mismo pecado de la clase política: pragmatismo y falta de sueños.
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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