Compras bien regadas
En las boutiques masculinas, tomar está de moda: clientes y empleados comparten cerveza, vino o ragos. A veces, incluso, nadie compra nada y, como si fuera poco, se van después de que cerró la tienda
Michael Rovner
NYT
El aroma a whisky flota en el aire mientras un hombre alto y delgado toma un sorbo de un vaso con mucho hielo en el área correspondiente, semiaislada, en la tienda de Hugo Boss del centro de Manhattan.
"Se siente como una experiencia social, muy James Bond o Playboy de los años 60, pero supongo que también es como Las Vegas: cuanto más se toma, más se gasta", dice Joey Rubenstein, empresario de Internet, mientras espera que el empleado le traiga su saco sport de Hugo Boss.
En este caso, los tragos no van y vienen en un evento VIP, sino en el horario habitual de este local de la calle Greene. Se trata de una tendencia en ascenso para hombres que compran ropa en el bajo Manhattan. En barrios como el SoHo, NoLIta y el Meat Packing District, varias tiendas de ropa para hombres -como Onassis Clothing en la calle Greene, Billy Reid en Bond y Seize sur Vingt, también en Greene- están incentivando la experiencia de salir de compras bien regadas tanto por cerveza artesanal como por cócteles de autor.
Esta experiencia que por ahora pasa bastante inadvertida -pocas tiendas anuncian esta ventaja, confían en cambio en el boca a boca- está llevando a algunos clientes a empezar sus noches con una cerveza en su boutique preferida, dejando el acto de comprar en un segundo plano. "Hay muchos bares y restaurantes en el barrio, por eso algunos se detienen y se quedan un rato antes de comer", cuenta Kurt Frenzel, director de la tienda RRL, en la calle Prince.
"Hay gente que para sólo para tomar un shot de tequila, tocar la guitarra y pasar el rato", detalla Eric Goldstein, propietario de Jean Shop, en West Broadway. "Ya se convirtió en una tradición. A veces se quedan hasta después de cerrar la tienda." Lo que la boutique ofrece intenta ser una extensión de la marca. En otras palabras, no habrá que esperar que ofrezcan un trago estimulante en un local especializado en el legado histórico. "Sólo servimos cerveza, y tener una cerveza norteamericana es adecuado, concuerda con la estética", dice Frenzel, que en la tienda RRL ofrece Brooklyn Lager y Magic Hat Hefeweizen, cerveza artesanal de Vermont.
Sin malas intencionesMarcas que definen estilos de vida exclusivos, como Alfred Dunhill, invitaron durante años a los clientes con una copa reconfortante mientras se probaban un traje, como un rito de iniciación. Como esa costumbre ya migró al centro de la ciudad, las marcas de moda más innovadoras ahora se hacen eco de este espíritu de privilegio masculino, pero con un giro igualitario: a menudo el vendedor también toma con uno.
"No intentamos emborracharlos, tomamos un trago con ellos", se defiende Karim Manuel Fresno, director general del Grupo Seize sur Vingt. "No sólo vendemos ropa, vendemos la experiencia. Promovemos el estilo de vida." Dice que las propuestas de la tienda abarcan desde una botella de bourbon de 23 años hasta un Jack Daniels.
Los bares dentro de las tiendas son considerados como una forma para que los pequeños minoristas, como Seize sur Vingt, se destaquen de los grandes competidores.
"Ahora lo están implementando muchas más boutiques independientes", cuenta Michael Williams, fundador del blog A Continuous Lean (Un Estilo Continuo), enfocado en las tendencias masculinas, y consultor de marcas de moda para hombre. "Es una forma de expresar que no son una compañía gigante y tienen una propuesta más personal al manejar su tienda."
En términos de legalidad, estas fiestas vespertinas improvisadas parecen existir en un punto intermedio: "Se necesita una licencia para vender alcohol, pero en la categoría Bottle Club, lugares con capacidad para 20 personas o menos, la ley no es aplicable", explica William Crowley, vocero de Liquor Authority, la autoridad gubernamental que regula la producción, distribución y venta de alcohol en la ciudad de Nueva York.
En la parte de atrás de John Ashe, una tienda para hombres de 114 metros cuadrados en la calle Grand, en SoHo, se les sirve regularmente a los clientes cerveza artesanal de Brooklyn o un vaso de vino de la heladera, bien provista. Pero los propietarios planean llevar la experiencia de la hora-cóctel al siguiente nivel. Para eso, ya crearon dos tragos de la casa: el John Ashe (variante del clásico trago sidecar mezclado con whisky, Cointreau y jugo exprimido de limón y whisky escocés Islay Mist), y el Jack Rose (applejack, granadina casera y jugo de limón), llamado así en honor a un amigo del dueño, Jonas Hegewisch.
"Estamos planeando ofrecer cócteles y vino preparados con algunos de nuestros ingredientes vírgenes, comenzando a la hora del té y durante todo el día los fines de semana", dice Hegewisch, y agrega que hace poco, en una feria de Fráncfort, compró dos carros de bebidas restaurados, de esos que se usan en los aviones, para usarlos como estaciones móviles proveedoras de tragos.
Para asegurar la calidad, los empleados deben someterse a un entrenamiento de mezclas con Jeremy Oertel, director de la barra de Berlyn, el restaurante de Brooklyn del que son dueños Hegewisch y su mujer, Ursula.
"Los tragos ayudan a ubicar nuestras camisas, corbatas, navajas, bolsos de lienzo encerado, etcétera, en un contexto audaz y con estilo", sigue Hegewisch.
Todo esto puede ser genial para el cliente, pero ¿cómo es para el vendedor? ¿Qué tan difícil es cobrar correctamente una venta después de haber tomado unos tragos?
No hay de qué preocuparse, dijo un empleado. "Si estoy atendiendo a un cliente alrededor del mediodía, lo acompaño con un trago, pero no voy a tomar tres o cuatro", explica Brandon Capps, asistente del director en la tienda Billy Reid, donde se sirve whisky.
Casualmente, un lugar donde no se puede tomar es en J. Crew Liquor Store, una mini boutique en TriBeCa. Todavía se puede ver en el frente el cartel que indica quiénes fueron los inquilinos anteriores, una tienda de venta de bebidas alcohólicas primero y un bar después. Detrás del mostrador, además, junto a la caja registradora permanece una barra completamente equipada con botellas semivacías. Pero aquí las bebidas alcohólicas son más una puesta en escena que una vinculación afectiva con los muchachos. Por lo tanto, si se está buscando un trago frío, habrá que dirigirse a otra parte.
Traducción de Nina Plez
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN .
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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